El incrédulo le pidió a San Virila algún milagro para poder creer.
-Haz que surja aquí un puente -le dijo- para que pueda yo cruzar el río.
El santo hizo un movimiento de su mano y el sol tendió sus rayos de uno a otro lado del ancho cauce.
-Pasa -invitó al hombre San Virila.
El escéptico, maravillado, empezó a cruzar por aquel puente de luz. Pero cuando iba a la mitad una nube opacó los rayos del sol, y el puente se disolvió en el aire. El hombre cayó al río. Si no se ahogó fue porque San Virila se echó al agua para rescatarlo.
-Ya lo ves -le dijo el santo al hombre mientras los dos se secaban en la orilla-. No hay que confiar demasiado en los milagros.
¡Hasta mañana!...