Por Armando FUENTES AGUIRRE.
Ha nevado en la sierra de Las Ánimas. Albos se ven sus dos picos gemelos. De ellos llega ese afilado vientecillo que -dice la gente del Potrero- no apaga una vela pero puede mandar al otro mundo a un cristiano.
En la blancura del monte hay una promesa. Vendrán los días de la primavera y el tibio sol derretirá la nieve. El agua, cuyos hilos brillarán a la luz de la mañana igual que hebras plateadas, bajará por los arroyos de Dios y colmará las acequias de los hombres. Será fecundada esa mujer eterna que es la tierra; vendrá el trabajo varón, y de ambos nacerá un hijo que se llama pan. Tendremos entonces otra Navidad: Dios, que se hace hombre, se vuelve también alimento de los hombres. El surco es igualmente altar, como el altar es surco.
A lo lejos, en el horizonte, la tierra y el cielo son del mismo color azul oscuro. No se sabe donde termina la una y donde empieza el otro. A lo mejor cielo y tierra son una misma cosa, y nosotros con ellos. Todo en el mundo nace cada día. Todo -y todos- somos la misma Navidad.
¡Hasta mañana!...