Murieron el mismo día dos predicadores, y los dos se encontraron en la presencia del Señor. Recibió Él en su casa a uno; al otro apartó de su mirada.
-¿Por qué, Señor -preguntó éste lleno de aflicción-, mi hermano halló misericordia ante tus ojos, y en cambio a mí me cierras las puertas de tu gloria y no me admites junto a ti?
Le contestó el Señor:
-Tu hermano les predicó a los hombres el amor a la vida. Tú les predicaste el miedo a la muerte. Por eso ahora mueres tú, y por eso tu hermano vivirá.
Llegó a las sombras el mal predicador y ahí encontró a muchos como él, gente de alma torcida por cuya culpa los hombres ven a la muerte con horror en vez de mirarla como una parte de la vida y como anuncio de otra vida nueva. Entre esa mala ralea el predicador de la muerte supo que aun antes de morir ya estaba muerto.
¡Hasta mañana!...