Caen las nueces del añoso nogal en el camino. Pasan los carros y los animales y quiebran las nueces; las aplastan y dejan trituradas.
-¡Qué desperdicio! -pienso yo.
Estoy equivocado, como de costumbre. Llegan los pájaros y las ardillas, los diminutos ratones campesinos; separan la rica pulpa de las cáscaras y se la comen. Lo que yo veía con pena -aquel aplastamiento de las nueces- era en verdad preparación de un banquete providencial para los pequeñitos del cielo y de la tierra.
Nada se desperdicia de los bienes de Dios. Él cuida lo mismo del hombre que de la ardilla y el gorrión. Para cada criatura hay una nuez