Vasconcelos, católico epicúreo, detestaba la carne asada y hablaba muy mal de ella. Le parecía manjar elemental, bueno sólo para "los bárbaros del Norte”.
Y es que el filósofo probó nomás duros pellejos de reses montaraces. No conoció los refinados cortes de la carne de hoy, que con sólo unos granos de sal son excelsa delicia gastronómica. En nuestro tiempo una buena carne asada es manjar que halaga la gula más sapiente.
Vayan algunas reglas prácticas para asar bien la carne. Se debe usar leña o carbón vegetal; jamás esas piedras de mineral que vienen en las parrillas fabricadas. Si se tiene leña aromática -la de mezquite es la mejor- el resultado será óptimo. Nunca se ha de poner la carne sobre un asador frío; hay que dejar que se caliente. Error mayúsculo es salar la carne antes de asarla: siempre se le pondrá la sal hasta el final. El calor de la brasa ha de ser fuerte, y la carne será sometida a él en forma rápida. Mientras más grueso sea el trozo más alejado se pondrá del fuego.
Cuando disfruto una buena carne asada pienso que Vasconcelos no sabía de carnes. Al menos de las que son para comer.
¡Hasta mañana!...