Me habría gustado conocer a don Eduardo de la Mora. Tuvo este señor tierras que colindaron con las de mis ancestros. Las cultivaba poco, pues no era su afición la agricultura. Lo suyo era la música: tocaba con gran arte la guitarra y un instrumento que ya no se conoce, la mandolineta. Componía canciones dedicadas a todas las muchachas del rancho, feas y bonitas. Tenía valses llamados "Petra” o "Juana”; danzas con nombres como "Eufrosina”, "María de la Paz” y "Presentación”, que también es nombre de mujer.
Un vecino le puso pleito a don Eduardo. Alegaba que unas labores suyas eran de él. Se defendió don Eduardo. Durante muchos meses dejó guitarra y mandolineta y se aplicó al estudio de los códigos. En la ciudad hurgaba en los archivos y sacaba polvosas escrituras. Al final ganó el pleito. Cuando tuvo sentencia favorable fue con su adversario y le vendió las tierras a la quinta parte de su valor, con la condición de que él sí las trabajara. Le pidió el dinero en billetes de 10 y 20 pesos; subió al campanario de la iglesia y a la salida de la misa lanzó los billetes al aire, a ver a quién le caían. Luego volvió a su guitarra y a su mandolineta.
Me habría gustado conocer a don Eduardo de la Mora. Solía decir: "-Cuando me muera voy a tener la única tierra que realmente necesito”. Y decía bien.
¡Hasta mañana!...