El nombre de este arbusto es feo y triste, quizá porque el arbusto es triste y feo. Se llama cenizo. Crece en las tierras áridas del norte, anuncio del desierto. Sus hojas son opacas, como de yeso que reflejara la memoria de un verde mortecino.
Pero ha llovido estos días ahí donde no llueve nunca, y el cenizo de súbito recuerda que él también tiene flores. Estalla entonces en un morado jubiloso y vibrante que hace del monte una pintura de Van Gogh.
Entre los habitantes del secano ya nadie recordaba que el cenizo da flores. Él las tenía guardadas en lo más hondo de su corazón vegetal. Esperaba la lluvia para sacarlas a la luz, así como los corazones aguardan el amor para dar flores. Bajo de las cenizas está siempre la vida. Y para cada vida, aunque parezca muerta, hay siempre una esperanza de resurrección.
¡Hasta mañana!...