Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que leyó a Darwin, dio un nuevo sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre, y continuó:
-Las religiones se basan en el miedo que los hombres tenemos a la muerte. No sabemos qué hay en el más allá. ¿Cómo podemos saberlo, si ni siquiera sabemos bien qué hay en el más acá? Así, desde el tiempo de los egipcios los profesionales de la religión empezaron a atemorizar a los humanos: "-Cuando mueras llegarás al tribunal del dios, y podrás ser condenado por él a un castigo eterno. Pero aquí estamos nosotros, dueños de ritos mágicos para la salvación. Te los podemos dar. Claro, a cambio de un estipendio''. Así, se hizo de la religión una venta de esperanza.
-Nos han enseñado a pensar en Dios -siguió diciendo Jean Cusset- como en un juez severo que acecha nuestra muerte para someternos al tremendo rigor de su justicia. No lo vemos como amoroso padre universal que nos aguarda para inspirarnos nueva vida. Hermosa religión sería aquella que se fincara en el amor a la vida, no en el miedo a la muerte. Amables hombres de religión serían aquéllos que basaran su quehacer en el amor de Dios, no en el temor a un dios.
¡Hasta mañana!...