Hu-Ssong calló para que sus discípulos pudieran oír el canto de la alondra. Eso, les dijo, les enseñaría más que cualquier otra lección.
A poco voló la alondra. Los buenos maestros no alargan mucho su enseñanza. Y entonces los discípulos siguieron interrogando a Hu-Ssong.
Le preguntaron acerca de un hombre que era dueño de toda la ciencia de las cosas. Su cabeza, igual que su casa, estaba llena de libros. Conocía los misterios que residen en la infinitud de los números; podía repetir de memoria las genealogías de los reyes; sabía predecir el curso de los astros en el cielo, y sabía también lo que hay sobre la tierra y en las honduras abismales del mar.
-Posee muchas verdades ese hombre -decían los discípulos con admiración-.
Y con su junco de bambú escribió en la arena Hu-Ssong:
"De nada sirve a un hombre poseer muchas verdades si no se deja poseer por una sola verdad''.
¡Hasta mañana!...