Mañana de invierno, mañana de sibilante viento gris. Soplaba el cierzo; azotaba con fuerza la cellisca. San Virila salió de su convento y fue a la aldea a llevar el pan a los enfermos. En el camino vio a un anciano que temblaba de frío y soledad. Se quitó su capa y la entregó al desamparado, y le dijo palabras de consuelo.
Siguió su marcha San Virila. Más adelante vio a otro pordiosero tiritando en la niebla.
-Señor -levantó el santo la mirada-, no traigo ya mi capa. ¿Por qué no le das a este pobre un pedacito de la tuya?
Un tibio rayo de sol bajó del cielo y envolvió al mendigo. Sonrió San Virila, y en silencio dio gracias a Dios.
-Ahora -le dijo- yo voy a orar un poco, para que Tú tampoco tengas frío.
Sonrió arriba el Señor, y en silencio dio gracias a San Virila.
¡Hasta mañana!...