Llega el viajero a Chicomostoc, lugar de las siete cuevas en lo alto de la alta Zacatecas.
Ahí todos los vientos se detienen. Es blanco el aire, roja la tierra y azul el cielo como una pesada piedra tendida de un extremo del mundo al otro extremo. Aquí reposaron su fatiga las tribus que fundarían el Anáhuac. Dejaron altas columnas como gigantes índices para mostrar la dirección del hombre: hacia arriba. Abajo de ellas hace la eternidad sus hormigueros.
El silencio es el dueño y señor de Chicomostoc. El silencio... Aun la redonda música de las esferas aquí calla. En silencio el halcón hiere a la liebre; cae el rayo en silencio; muda llueve la lluvia.
Yo estoy solo en la pirámide. Subí de prisa, y sin embargo no oigo el latir del huidizo corazón. Tomo en las manos el silencio y me lo unto en la cara como agua hecha de arena. Todo me habla del hombre, eterno como una pirámide, efímero como una pirámide.
¡Hasta ma'nana!...