A los 50 años de su edad Salim ben Ezra se enamoró de una chiquilla de 18. Por ella dejó de combatir a los infieles; por ella se olvidó de sus tierras y de los barcos que enviaba con mercancía a Tiro; por ella renunció a su diaria lectura del Corán; por ella abandonó a la madre de sus hijos y no supo más de ellos...
La historia es conocida, y se recuerda aún. Por cada acto de amor la muchachilla le exigía un regalo: una noche, este palacio; la otra, aquel jardín; el caballo mejor; el olivar; la viña... Salim lo daba todo sin dudar.
Cuando ya no tuvo nada la mujerzuela lo dejó. La anciana madre de Salim lo recibió en su casa. Le acariciaba el rostro; lo abrazaba; lloraba como Raquel su ruina y su desgracia. Pero Salim ben Ezra sonreía. No decía palabra alguna. Recordaba. Poco antes de su muerte se le oyó musitar: "Ahora soy más rico. Quienes me llaman pobre son los pobres".
¡Hasta mañana!...