L U N E S
Como a tantas otras cosas, tenemos que acostumbrarnos a los futuros informes, donde los represen-tantes del pueblo, aunque dirigiéndose al Señor Presidente, en realidad hablan solos, eso sí, sirviéndose con la cuchara grande, pero, sin que se sepa si lo hacen porque lo que les sobra es valor, o porque aquél a quien se dirigen no está frente a ellos.
En su oportunidad, cuando a él le correspondió hablar, o sea, decir todo lo contrario de lo que ahí se ha dicho, nuestro Señor Presidente llegó y lo dijo, como siempre en medio de los acostumbrados aplausos, acaso más, porque por pausas no quedó, él hizo las necesarias.
La verdad, no sé si para ver lo que ayer vimos, y oímos, vale la pena que nos gastemos el dinero que el acto cuesta, que algo costará, pues, diputados y senadores no mueven extra un dedo sin cobrar. Y la verdad para no decirle en su cara al Señor Presidente lo que ayer los que hablaron le dijeron, pues se lo pudieron muy bien haber dicho en cualquiera de sus reuniones, y él, por su parte, para no leer su informe, su mensaje lo pudo haber leído desde su casa, y todos igual de contentos o disgustados como ahora.
Total que, en esta ocasión, y ya metidos en cambios, para que todo cambiara ni contestación hubo por la huida de los perredistas. Y así, ¿qué caso tiene el que los mexicanos pierdan toda una tarde esperando?
M A R T E S
Se quiera o no se quiera hoy comienza el conteo de los nuevos trescientos sesenta y cinco días en los que deben suceder en nuestro país cosas trascendentes de verdad, para que el gobierno pueda lograr el 2003 un informe que le enorgullezca y deje satisfechos a todos.
Lo malo con estos períodos de tiempo es que pasa igual que con los años nuevos, que la mitad de ellos se va en desearlos felices al prójimo, y hasta medio año después la gente se entera de que ya ha desperdiciado un tiempo que jamás podrá recuperar.
Ojalá y todos los secretarios de lo que sean en nuestro gobierno, se den cuenta de que la única manera de rendir buenas cuentas, es no dejar escapar ni un sólo día sin aprovecharlo.
Empleo en abundancia es lo que más necesita México. Para crear nuevos empleos hay que ponerse a trabajar cada quien en lo que es su responsabilidad y ponerse a producir. Cada X cantidad de “gente trabajando” es capaz de producir un nuevo trabajo, igual al suyo o diferente, pero nuevo y que, no sólo dará de comer a otro paisano, sino, que es capaz de devolverle su dignidad, rescatándola del desmereci-miento de aquel primer día en que el hambre le obligó a extender la mano para sobrevivir.
Crear empleos es la responsabilidad mayor que nuestro actual gobierno tiene sobre sus hombros. No dar de comer; crear los empleos suficientes para que todos los mexicanos puedan sobrevivir por sí mismos.
M I É R C O L E S
Indudablemente no ha de ser cosa fácil acabar con los graffiteros; pero, tampoco es una cosa imposible. Peor es resignarnos a tener una ciudad más sucia de lo que ha llegado a ser sin necesidad de las pintas de sus paredes.
No es imposible, porque seguramente muchos conocemos alguna ciudad de nuestra república libre de tales porquerías. Yo conozco Mérida, cuyas paredes, al menos hasta hace un año estaban notablemente limpias.
¿Por qué? Sería por educación, sería por la policía, sería porque la autoridad castiga a quienes dañan a la ciudad. Por lo que ustedes quieran, pero, lo cierto es que los meridenses, entre otros seguramente, tienen resuelto el problema de los graffiteros.
Hace poco, con motivo del caso de los policías ladrones y golpeadores, defendiéndolos sus jefes se echaban porras. Aquí tienen una mejor manera de probar su eficacia: Vencer a los graffiteros.
Es indudable que la ciudad no tiene la cantidad de policías necesarios para cubrir toda la ciudad, pero, por ejemplo, ¿han probado hablar por teléfono a un amplio directorio solicitando su colaboración (Eso hasta Laurita lo ha hecho), o solicitado la de todos los fotógrafos, para que cuando vean a algún graffitero en acción le tomen una foto en la que se pueda identificar y se las regale o venda? Ofrecer una determinada cantidad a quienes avisen de alguna pinta a tiempo de detener a su autor o autores, tampoco sería malo. En fin, que siempre hay algo más para hacerse que lo que se ha hecho, para que nuestra ciudad deje de ser el paraíso de los graffiteros, y la policía se distinga por lo que debe y no por lo que ahora brilla.
J U E V E S
En el año 1408, viendo ya próximo el fin de sus días, con el anhelo de asegurar el trono a su hijo, mandó el rey Mahomed VI dar muerte a su hermano Yusuf, a quien tenía preso, encargando al alcalde que le mandara su cabeza con el portador de la orden.
El alcalde y Yusuf jugaban ajedrez cuando llegó el mensajero.
El alcalde, todo descompuesto por la pena y la sorpresa, no acertó a hablar ni a hacer otra cosa que entregarle el pliego real. Lo leyó el príncipe tranquilamente y una vez enterado pidió cierto tiempo para despedirse de los suyos, y repartir entre ellos las joyas que tenía. Mas como el mensajero daba prisa para que se cumpliese la orden porque le había pasado el tiempo para volver a Granada con el testimonio fehaciente de haber cumplido el encargo, el Príncipe dijo que le dejara, al menos, terminar con la partida comenzada.
Estuvo de acuerdo con ello el capitán y continuaron jugando. Yusuf, dueño de sí, y el alcalde sin saber lo que hacía, tanto que a pesar de ser éste el más diestro, el príncipe acabó diciendo: “He ganado la partida.”
En aquel punto llegaron dos caballeros principales de Granada con las noticias de haber muerto Mahomed y de la proclamación de Yusuf.
Aun el mismo dudaba de lo que estaba oyendo cuando llegaron otros dos caballeros confirmando las nuevas, y a poco otros más. Ya no cabía duda: el sentenciado media hora antes era rey. Cuentan que el alcalde pidió a Yusuf el alfil con que le había dado mate, y después de hacerlo rodear de piedras preciosas lo llevó toda su vida, de allí en adelante, colgado al cuello como un talismán.
V I E R N E S
Entre los que andan hoy que no paran en busca de algo en qué entretenerse durante los próximos tres años, algunos hay, seguramente, que no duermen sus noches completas.
Mala señal. Andan metidos en la política, igual que si les hubiera dado por jugar un número, el mismo siempre, en la lotería. Pero, ni una ni otra son cuestión de suerte. Ambas representan al destino. En los renglones de ayer quedó una prueba. ¿A qué perder el sueño, entonces?
Las cosas sucederán exactamente como deben, aunque cuando sucedan los ganadores crean que todo sucedió por lo que ellos hicieron, y que cada uno de ellos ha sido arquitecto de su propio destino.
De esa misma manera ha venido sucediendo lo que luego sigue: que los ganadores hacen lo menos posible de lo que prometieran porque el destino de sus gobernados o representados ha sido el de permitírselo, sin chistar. El de no exigirles. Y esto, ni idea de cuándo terminará.
“Lo que está determinado por el destino, no puede cambiarse”.
S Á B A D O
Teresa Cabarrús fue una de las bellezas de su tiempo, nació en 1775, murió en 1835, y una de las mujeres que dio más que hablar entonces, cundo tampoco la gente se asustaba por cualquier cosa. Tanto dio que hablar, entre otras cosas por la ligereza de sus costumbres, que una caricatura le representó vestida con túnica romana con esta inscripción al pie: “Respetad la propiedad nacional.”
Teresa Cabarrús se divorció a los 19 años siendo madre de dos hijos. En plena revolución decide trasladarse a España. Llega a Burdeos acompañada de dos galanes, que riñen en duelo por su culpa. Uno hiere al otro. El vencedor pretende llevarse a Teresa. Y ella contra todas las reglas de la caballería, prefiere quedarse con el herido y cuidarlo. Una disposición permite a las extranjeras casadas con franceses quedarse en el país. Teresa se instala ricamente en Burdeos, gracias al dinero que le queda de su primer matrimonio deshecho.
Después Teresa llevaría en París una vida alegre sin muchas reservas morales. Un banquero le regaló un palacio con llaves de oro para todas las puertas. Tuvo cuatro hijos naturales, los nombres de cuyos padres se ignoran.
A los treinta años le presentan en un salón a José de Caraman, cuyo padre le negó el consentimiento para casarse con Teresa. Sin embargo, se casan, y son felices. Ella comienza a engordar, se convierte en matrona y en sus últimos años dice de sí misma: He sido una mujer sencilla con un corazón de asilo. Y uno de sus amigos comenta: “Toda la belleza de su rostro y de su cuerpo se le ha refugiado a última hora en su corazón.”
Y D O M I N G O
Que se eduque a los hijos del labrador y del barretero como a los del más rico hacendado. JOSÉ MARÍA MORELOS.