L U N E S
Como decía Unamuno de Salamanca, Torreón es mi costumbre, como lo es de todos aquéllos que no sólo lo habitan, lo quieren con pasión, como usted. ¿De qué, pues, hemos de hablar, lector amigo, aquí con más frecuencia si no de aquello que a Torreón atañe, sea lo que sea?
Los candidatos que hoy andan detrás de gobernarnos, y de hacernos felices con ello, parece que le han agarrado asco al compromiso, como si le tuvieran miedo a verse aniquilados por la obligación de cumplir.
Apenas si van más allá de estar de acuerdo en una transparencia en el manejo de los centavos, es decir a ser honrados, lo que hace años se suponía de todos ellos, hasta que la frecuencia en lo contrario volvió sospechosos a los candidatos y ahora anticipan que lo serán; pero, de hacer tales o cuales obras, o resolver tales y cuales problemas añejos, poco han dicho.
Haga obras, compadre, aconsejaba don Porfirio a sus gobernadores y presidentes municipales, para que no se les notaran los arañazos a sus presupuestos. Así que la costumbre es vieja, sólo que ahora, y esto también lo adelantan, es exagerado llamar presupuesto a lo que los municipios están recibiendo en esta época foxiana. ¿Con qué van a hacerlas, pues, si todas ellas se hacen con dinero? Van a tener que preguntárselo, recurriendo en la mayoría de los casos a un médium, a todos los que, con menos recursos hicieron en Torreón todo lo que de él nos enorgullece.
M A R T E S
Sé muy bien que hay gente para todo, y que muchos más hombres de lo que uno puede imaginarse nacen con un reconocido espíritu de servicio, pero, también sé, por haberlo observado y comprobado, más de una vez, oportunidad que a algunos nos da el tiempo que llevamos viviendo, que son más los que metiéndose con gran habilidad entre ellos, logran aprovechar las oportunidades que tal cercanía les ofrece, y como algunos de ellos mismos dicen: “se realizan, pues serían tontos si no”.
De los que andan hoy en la recta final rumbo a nuestra presidencia no sé por qué se dice que andan detrás de la silla, que hace pensar en el descanso, siendo que dicha silla tiene frente a sí un escritorio, que siempre se olvida, que nunca se menciona, y que debiera, pues es el que sugiere el trabajo por Torreón, que se supone que es la oportunidad que verdaderamente buscan los candidatos.
Pero, a lo que íbamos: Éste es el momento de retomar la lista de nombres y volver a estudiar los incluidos para ver si no se ha colado entre ellos ninguno de esos personajes de los que al principio se habló y que ya se sabe a qué van, y que si el voto popular ayuda a la planilla desde el principio se dedicarán a ello. Será oportuno o tarde para identificarlos, pero, al menos eso puede hacerse para sujetar su rienda desde el principio. Es triste que en estos tiempos que se distinguen por faltos de pan y horizontes para tantos, gente sin principios, en una labor de zapa, arrebaten oportunidades a buenos ciudadanos que harían una total entrega de sí mismos en beneficio de su ciudad.
M I É R C O L E S
Acabo de dejar a Cecilio que esta tarde me ha invitado a su mesa a tomar un par de tazas de café. Cecilio es un nostálgico de aquella época en que Torreón era un reverbero de cultura. Recordó a Garfias, a Vizcaíno, a Rafael, a toda aquella gente que se movía incansable, para que no faltara un acto cultural significativo cada semana en nuestra ciudad.
Me despedí pensando en aquellos tiempos. Rafael del Río publicaba entonces, a finales de la década de los cuarenta en “El Siglo” una columna titulada “La Ciudad y los Días”. Transcribo aquí un fragmento de una:
“Entre la lluvia atronadora de un julio reverberante y canicular, y después de una ausencia de cuatro meses, Pedro Garfias, el andaluz por antonomasia, regresó de un largo peregrinaje por ciudades del norte. Chihuahua, Ciudad Juárez, Nogales, Hermosillo, Mazatlán, Durango, recogieron un poco del calor humano que Garfias va dejando entre las gentes que están cerca de él. Nosotros, que lamentamos su lejanía, sabíamos que tendría que regresar por aquí donde fieles amigos le esperan siempre, deseosos de renovar las charlas interminables que sabe regalar y en las que cada vez nos entrega más de su persona.
Esto nos ha movido a procurar una nueva oportunidad de escucharle públicamente, y para ello se están moviendo los resortes necesarios, esta vez contando con la ayuda inapreciable de Magdalena Briones, Pilar Rioja y el gran Alejandro Vilalta. Así pues esta columna invita a los lectores del periódico a un evento sin precedentes en el que se conjugarán tan estimables exponentes del arte.”
Así era Torreón, en los 40 / 50. Gracias Cecilio, por recordarlo.
J U E V E S
Ayer se cumplió un año de los repudiados actos terroristas que no sólo acabaron con los rascacielos gemelos neoyorkinos sino con miles de seres humanos que no pudieron abandonarlos oportunamente para salvarse.
Desde que los soldados de César incendiaron, por primera vez, la biblioteca de Alejandría, centro artístico y literario de Oriente, nada hasta hace un año había sucedido igual. Lo de hace un año lo superaba al cegar, en tiempos de paz, vidas por miles.
Como en todas las cosas, en estos acontecimientos hay dos verdades. Pero lo lamentable es que lo sucedido no contribuye a la paz mundial, al contrario sólo sirve para echar más leña a los odios ya antiguos entre dos extremos: el país más rico de la tierra y el más pobre.
Lo peor en todo esto es que, en los últimos días, particularmente la televisión ha estado proyectando, aún el día de hoy, el horror de aquel suceso una y otra vez, persiguiendo, indudablemente, que el mundo no lo olvide y se nutra nuevamente de odio. Y, esto no es, de ninguna manera el camino hacia la paz.
Hay un culpable, según se entiende. Atrápesele y castíguesele; pero no se contagie el odio al resto del mundo. Nadie tiene ese derecho.
Bastantes problemas tiene ya el mundo para seguir añadiéndole más, sólo por ser dueño económico de él.
V I E R N E S
Cuentan que Alejandro tenía un esclavo bufón que le acompañaba siempre. Y que como todos los bufones clásicos, se encargaba de decirle al soberano algunas verdades.
Los ejércitos de Alejandro habían ganado muchas batallas y dominaban mucha parte del mundo de entonces. Alejandro y su séquito pasaban junto a unos olivos, y Alejandro iba pregonando sus futuras glorias y conquistas, y el bufón le preguntó qué harían cuando tuviera a todo el mundo sometido.
Alejandro señalando los árboles, le dijo que se sentarían allí a descansar y esperar la muerte bajo aquellos olivos. El bufón que estaría de veras cansado le sugirió hacerlo de inmediato empezando a descansar, y mientras lo hacían le contó de otro guerrero que había hecho aquello mismo, y después de algún tiempo, uno de sus lugartenientes pasó a visitarlo y le preguntó si para acabar así ¿no hubiera sido mejor ahorrar tanta sangre y tantas muertes empezando por el descanso?
El guerrero ya retirado de la guerra, le contestó con una sola palabra: No. Contestación con la que Alejandro estuvo conforme, sin explicar por qué. Acaso porque sin las guerras nadie aspiraría y querría la paz.
S Á B A D O
Oiga usted, ¡qué manera de llover en Monterrey! En Saltillo, según dicen, también llovió lo suyo, pero como los noticieros estuvieron pegados a lo de Monterrey, esto fue lo que más vimos.
El único que no se asustaría de ver correr tanta agua sería mi Capi Hugo de la Mora, porque acaba de ver la inmensidad del Amazonas, pero, de allí en más, a todos se nos ponía la piel chinita al ver las calles regiomontanas convertidas en ríos.
Lo bueno en nuestra ciudad es que la Providencia no la abandona. Porque a nosotros nos cae un chubasco como el que les cayó a los regios y quién sabe cuánto tiempo lo tendremos que ver inundando nuestras calles. Y aquí tienen los candidatos algo para anotar en sus agendas. Y no porque llueva aquí con frecuencia, sino porque un día puede llover en la forma que ha llovido en estos últimos años en sitios que no son muy llovedores. Y más vale estar preparados. Aunque quién sabe cómo le irán a hacer ahora, en que todos dicen que los presupuestos serán de cuenta chiles, y sea quien sea lo que salga de las urnas, debe tener mucha imaginación para buscar y salir adelante.
Y D O M I N G O
Un gobernante, cualquiera que sea su jerarquía, sólo se realiza con autenticidad cuando sabe serlo en función del pueblo que representa, sirviéndolo; y no sirviéndose de él para alimentar una soberbia estéril, o para consagrar una jerarquía. JAIME GARCÍA TERRES