L U N E S
No hay fecha que no se llegue ni tiempo que no se cumpla, dice la sabiduría del conocido axioma, en esta ocasión para sorpresa de quienes creían tener el poder en sus manos y que a estas horas encuentran diez mil explicaciones para que pasara lo que pasó.
En cuanto al ganador que, según comienza a decirse no ganó por diez mil votos sino por cinco, le da lo mismo. Y por uno que fuera. Su triunfo acaba de ser reconocido a través de la Tele hace unas horas, con caras resignadas, como puede suponerse, pues nadie las esperaría alegres. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en haber ganado experiencia. Ojalá tengan la oportunidad de aprovecharla en el futuro de sus vidas.
No hay enemigo pequeño, dice la agudeza de ese otro refrán tan conocido que se prueba cada vez que alguien lo olvida. Si a Paco Dávila no se le hubieran dado motivos para participar como pudo y con quien pudo, pues él tenía sus ganas, en el tablero de estas elecciones, el resultado de las que acaban de pasar hubiera sido totalmente diferente.
Consuéleles saber que los caminos de Dios son inescrutables. Mañana se sabrá por qué ayer sucedie-ron así las cosas.
Lo importante para el porvenir es que hoy desaparezca la rivalidad, y todos como buenos torreonenses apoyen los proyectos y trabajos de los que llegan, y éstos terminen los que quienes pronto se irán dejen pendientes.
M A R T E S
La vida se normaliza. México tiene mayores problemas y más inmediatos que los de una elección, así sea de una presidencia municipal como la nuestra. Mérida y Campeche se debaten en medio de los estragos que el Isidore causó en ellos dejando a tantísimos de sus habitantes sin nada de lo que con miles de sacrificios habían logrado levantar en toda una vida de esfuerzos, ahorros y trabajos. Porque, claro, la naturaleza es ciega, pero, de todas maneras cuando perjudica siempre son los más humildes los que resultan más perjudicados.
Sirven estas situaciones, sin embargo, para que se note la solidaridad de los mexicanos que, a unos días apenas de la catástrofe y ya hacen llegar de la capital y de la provincia su generosidad traducida en alimentos, en medicinas, en ropa para unos y otros, con lo que no recobrarán lo perdido, pero sí el ánimo al no saberse solos en su tragedia.
Ojalá de la misma manera se obrara en los cambios políticos, sobre todo, cuando quienes suplen a los que terminan un ejercicio son de diferente partido, no convirtiendo esa circunstancia en obstáculo, reflexionando en que, por encima de todo son mexicanos, y torreonenses en lo particular, y que cualquier cosa que hagan en perjuicio de unos y otros redundará retardando el desarrollo de esa ciudad que ambos han proclamado en las últimas semanas amar por encima de todo.
M I É R C O L E S
Hubo en España, según cuentan, hasta 1906, año en que murió, un hombre que vivió por y para la política, y no tenía más pasión que ésta; pues aún el amor, en el que fue afortunado, lo pospuso.
No fumaba sino cigarrillos; no le interesaba ningún juego; no le seducían los placeres de la mesa, y no tenía más anhelo que hacer política y hablar y hablar de ella . . . y servir a sus amigos.
Mucho se discutió entonces -la atención de aquel país estuvo bastantes años fija en el vehemente Romero Robledo, que así se llamaba este hombre y había nacido en Antequera-, si era este político el hombre público que más estimaba, servía y protegía a sus amigos, o el que mejor amigos encontró en la vida.
Les exigía una disciplina ciega, ciertamente; pero con él contaban siempre, aun en los casos más desesperados. Y aunque la pequeña Historia apenas si le recuerda como prototipo del político enredador y sin demasiados escrúpulos, justo es reconocer que también era un hombre bueno.
“Tiene el instinto de un perro de aguas, comentaba de él don Antonio Cánovas del Castillo –quien llegó a ser seis veces presidente del Consejo de ministros-: no puede ver a un hombre ahogándose sin arrojarse a salvarle”.
J U E V E S
¿Qué les habrá pasado a los fantasmas? Por la década de los veinte todavía quedaban algunos en Torreón. Las abuelas que eran las encargadas y responsables de difundir su existencia, cuando se pasaba caminando despacio por ciertas calles les señalaban a los nietos algunas casas en las que, según ellas, se veían a esos misteriosos seres, por lo general hombres, aunque tampoco faltaba uno que otro fantasma femenino.
Como el tranvía era el único medio para ir más allá de la Alameda, hasta el Sanatorio Español, por ejemplo, que está en la Francisco I. Madero, hasta allí y las avenidas que la tropiezan se sabía de aquellos seres que, de vez en cuando, se hacían visibles a los humanos valientes que se atrevían a preguntarles si eran de este mundo o del otro. Algunos se desmayaban en cuanto creían verlos y no tenían tiempo más que de eso.
De tiempo en tiempo se daban coincidencias en el sentido de que quienes propalaban haberlos visto, poco tiempo después afirmaban haberse sacado la lotería sin que nadie hubiera visto el número, y comenzaban a darse otra vida. Luego se corría la versión de que los fantasmas masculinos eran guardianes de tesoros.
Los fantasmas femeninos habían sido, por lo regular, víctimas de una tragedia, y lo que querían era que rezaran por su alma, que no encontraba descanso.
De todas maneras era interesante vivir en una ciudad así, pero, los fantasmas ya no pueden vivir en ella por el ruido.
V I E R N E S
Del filósofo francés Emile Chartier, más conocido como Alain, cuentan que era contrario a las definiciones.
Decía que ninguna de las definiciones explica de veras el objeto definido. Que mucho mejor que definir las cosas es explicarlas más o menos. Y ponía un ejemplo práctico en apoyo de la inutilidad de la definición: preparaba pasta de esculpir sobre la mesa; pedía a un alumno que definiera una taza y el iría haciendo con el barro lo que el alumno dijera. El alumno empezaba:
- Una taza es un objeto cilíndrico . . .
Alain hacía con el barro un cilindro largo y delgado.
- No, no; de un ancho de pocos centímetros y de un largo parecido.
Alain cortaba de su cilindro un trozo de tres centímetros de ancho y de largo.
- No, no: más largo y más ancho.
Alain le añadía dos o tres centímetros al bloque cilíndrico.
- Vacío por dentro.
Alain le vaciaba un poco por dentro a ambos lados.
- No, no; por uno de los lados no, y más vacío.
Y de este modo estaban mucho rato y nunca de lo que decía el alumno, hecho en pasta, salía una taza. Y Alain terminaba la lección así:
- Una taza es una taza. No hay otra definición. Y ésta todo el mundo la entiende.
S Á B A D O
Uno no entiende, por más buena voluntad que tenga para ello, eso de querer extender a cuatro años el tiempo de las presidencias. En cambio comprendería fácilmente lo contrario: que alguien quisiera reducirlo nuevamente a dos.
Y me refiero a los propios presidentes, que siempre se quejan de la falta de dinero, y que entran y salen sin encontrar solución a los viejos problemas de la ciudad, lo que constantemente les echan en cara sus gobernados.
¿Para que quieren, pues, más tiempo?
Por otra parte, para sus gobernados, cada vez que uno de ellos ha llegado ha representado una esperanza que, salvo raras ocasiones, se cumple en la amplitud que ellos soñaron. Y así será siempre, porque el hombre es así.
Los presidentes de “esas raras ocasiones” dan color desde el principio. Los otros al comenzar su segundo año comienzan a ponerse descoloridos, y la nueva esperanza surge cuando se comienza a hablar de elecciones.
Sólo imaginar un cuarto año, da pavor.
Y D O M I N G O
Los economistas son unos eruditos señores que se convierten en millonarios, explicando a los demás por qué están pobres. LUIS SPOTA.