L U N E S
En Rockville, Norteamérica, un franco tirador anda suelto. Hasta la fecha ha hecho seis víctimas sin que se haya logrado aprehenderlo. Gente tranquila, pacífica todas ellas: un hombre que cortaba el pasto cercano a un centro comercial; un taxista mientras cargaba gasolina en su automóvil; una mujer que estaba sentada en una banca afuera de la oficina de correos, y así por el estilo. No las escoge y persigue; las encuentra, seguramente con el telescopio de su rifle de gran poder y, desde lejos, ¡pum!, dispara aprovechándolas como blanco y acierta.
Usted entiende que algunos hombres maten por odio, por celos, por envidia, por robar, pero, por el gusto de hacerlo únicamente, es muy difícil entenderlo. Poseer un arma poderosa debe ser, seguramente, una tentación demasiado fuerte como para resistirse a usarla, máxime cuando su largo alcance promete cierta impunidad. Pero, ¿por qué contra seres humanos?
Se dice que todo ser humano puede llegar a matar a otro en un momento de ofuscamiento, pero éste no es el caso, pues el hombre ha reincidido una y otra vez. No debe ser cazador, pues si lo fuera, en la cacería ocuparía su arma. ¿Entonces?
Las autoridades de cualquier país deben extremar sus condiciones para que un arma así, no pueda ser vendida a nadie por el sólo hecho de poder satisfacer su precio.
M A R T E S
Amontonar dinero, a como dé lugar, no es el signo de estos tiempos, ha sido el de todos. Acaso Adán y Eva hayan sido los únicos que escaparon a tal inclinación. Ya buscaría el Señor la manera de hacerles llegar el mantenimiento sin que ellos se dieran cuenta; pero de Caín se sabe que se dedicó a algo así como constructor de casas aunque yo nunca me he explicado para quién. No vale la pena. La cuestión es que un día, ya el mundo bien entrado en años, el que haya sido inventó el dinero que, más pronto que de inmediato, fue aceptado por todo mundo, y con él comenzó ese juego apasionado de amontonarlo sólo por tenerlo, alejando con él la menor oportunidad de llegar o volver a ser pobres.
La cosa llegó a extremos tales que propició una cantidad increíble de avariciosos que primero habían sido ricos y luego se transformaron en aquello, no encontrando mejor placer que el de oír el sonido de su oro amonedado, el de contarlo o, sencillamente contemplarlo noche a noche, a la luz de pocas velas, porque una más sería derroche. Eran los primeros tiempos.
De entonces acá las maneras de conseguir montones han cambiado.
Unos buscándolo de sol a sol, haciendo sudar todas las frentes ajenas que les es posible, otros de luna a luna, como ustedes imaginarán, y aun los que para amontonarlo se valen de las 24 horas, el narco y los políticos venales.
M I É R C O L E S
La lengua no es ahora lo que antes era. Así como cada cabeza es un mundo, hoy cada quien habla su español como le da su real y soberana gana. A diario nos dedicamos a corromperla y, si tuviera a mano un espejo mirándose en él ella no se reconocería.
Y conste que ella sigue siendo música y poesía.
Un sinnúmero de voces nos conquistan a diario, particularmente del inglés de Norteamérica; voces que tenemos cien en español para substituir, pero que por pereza usamos pervirtiendo nuestra lengua. Ya no sólo es el famoso “lunch”, como si no tuviéramos otras para sustituir. Ahora, sin darnos apenas cuenta, usamos lonche, lonchería y otras.
Los nombres de los negocios, como en alguna otra ocasión aquí se comentaba en idiomas extranjeros, inglés y francés particularmente son numerosos. Pronto celebraremos lo que antes llamábamos Día de la Raza, de cuyo encuentro lo más valioso que nos quedó fue el idioma. Pero, como va, es oportuno preguntarnos si también ese legado nos dejaremos arrebatar. La indiferencia con que se ve todo lo que a nuestra lengua le pasa casi lo está afirmando.
Hasta mediados de siglo o poco más éramos los mexicanos, con los colombianos, los que mejor hablábamos el castellano en nuestro continente.
Hoy no puede decirse lo mismo. Es una lástima.
J U E V E S
|Alejandro I de Rusia, fue hijo de Pablo, que murió asesinado, víctima de un complot capitaneado por el noble Pahlen. No parece que Alejandro tuviera nada que ver con el complot, aunque algunos historiadores suponen que sí, y que puso a los conspiradores, como condición, que se respetara la vida del emperador. Pero Pablo I fue asesinado. Alejandro al recibir la noticia exclamó: ¡Una página negra para la historia de Rusia! A lo que Pahlen contestó: Te cuidarás de que las páginas siguientes hagan olvidar ésta.
En fin, los que saben de esto cuentan que habiendo vencido en dos ocasiones (1814 y 1815) a Napoleón, Alejandro I y sus tropas entraron en París con sus aliados. Dicen que en una de ellas uno de sus esbirros le contó que se había dado cuenta de que un desconocido se instalaba todos los días frente a la estatua de Pedro el Grande y no dejaba de mirarla; que le habían preguntado el motivo de estar tanto tiempo allí y el hombre les había dicho que sólo se lo diría al propio zar. Alejandro I le concedió audiencia y el hombre le dijo, que estaba allí porque admiraba la sabiduría de Pedro el Grande. ¿Y ves en su estatua su sabiduría?
Precisamente, contestó. Presenté una reclamación al senado hace treinta años y todavía no me han contestado. La estatua de Pedro el Grande señala con una mano el senado y con la otra el río, como queriendo decir: para lo que hace el senado es mejor que lo echen al río. Eso es sabiduría.
Al parecer, la reclamación de aquel hombre quedó resuelta pocos días después.
V I E R N E S
Poco después de la muerte de Bernard Shaw, un diario publicó esta noticia: “Bernard Shaw es uno de los autores que han dejado un capital literario de mayor rendimiento. El fisco, después de establecer las cuentas ha declarado que en 1958 los derechos de autor de Shaw habían alcanzado los 75 millones de pesos. Y sus libros siguen vendiéndose, sus obras de teatro representándose en todo el mundo. Como Francia era el país donde sus obras rendían menos, el fisco inglés redactó unas hojas de propaganda en francés con algunas frases geniales de Shaw, entre ellas éstas:
“A un puritano le gustan los predicadores rigurosos, porque piensa que algunas duras verdades le serán útiles a su vecino”.
“La democracia prefiere la incompetencia de todos a la corrupción de algunos”.
“No des a los otros lo que deseas para ti; los gustos son distintos.
“Los ingleses confunden la decencia con la falta de comodidades.
“La ventaja de muchos hombres de Estado es que son incomprendidos. Si los comprendieran, los ahorcarían.
“Los economistas son la única gente capaz de hablar siempre de problemas económicos sin conocer las causas de ninguno de ellos.”
S Á B A D O
El que crece demasiado siempre es una lata. Para los demás y para sí mismo. Lo mismo el que es demasiado fuerte. La cosa se comienza a ver desde las escuelas primarias. Los más grandes o los más fuertes son, siempre, un azote para los demás, a los que no les queda otra salida que amenazarlos con sus hermanos mayores, con quienes se quejarán para que sean sus vengadores, pero no todos tienen hermanos mayores.
Hay ocasiones en que algunos sufridores de esos aprovechados, cansados de tantas afrentas, sacando fuerzas de flaquezas, se atreven un día a enfrentarlos y dan la sorpresa al descubrir que no son lo que parecen, derrumbándolos y avergonzándolos.
Esto, seguramente, seguirá sucediendo de generación en generación.
Y esto que sucede con los individuos, sucede, también, con los países, que en lugar de estudiar y poner en práctica proyectos para vivir en paz con todo el mundo, se empeñan en imponer impacientemente sus costumbres, siendo que, de todas maneras, éstas con el tiempo, gracias al cinematógrafo y a la televisión el mundo las va siguiendo cada día más, sin necesidad de golpes ni de muertes.
Y D O M I N G O
Que el pueblo y el gobierno respeten el derecho de todos. BENITO JUAREZ.