El pasado lunes 16 de septiembre falleció en Roma a los 74 años de edad, víctima del cáncer el cardenal vietnamita François Xavier Nguyen Van Thuân, quién impactó a la Curia romana cuando en marzo de 2000, predicara los Ejercicios Espirituales al Papa, en los que transmitió experiencias vividas durante los 13 años pasados en las cárceles comunistas, 9 de ellos en régimen de aislamiento total.
Una frase constantemente reiterada en dichos Ejercicios Espirituales ante el Papa, los cardenales y obispos de la Curia fue la siguiente: “He abandonado todo para seguir a Jesús, porque amo los “defectos” de Jesús”.
“En la Cruz, durante su agonía, el ladrón le pide que se acuerde de él cuando llegara a su Reino. Si hubiera sido yo —reconocía monseñor Van Thuân— le hubiera respondido: “no te olvidaré, pero tienes que expiar tus crímenes en el purgatorio”. Sin embargo, Jesús, le respondió: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Había olvidado los pecados de aquel hombre”.
“Lo mismo sucedió con Magdalena, y con el hijo pródigo: Jesús no tiene memoria, perdona a todo el mundo”. Este era el “defecto” de Jesús que más le gustaba al cardenal Van Thuân.
Otro de los temas fundamentales de los Ejercicios Espirituales que dirigió al Papa fue el amor a los enemigos.
“Un día, uno de los guardias de la cárcel me preguntó: “Usted, ¿nos ama?”. Le respondí: “Sí, os amo”. “¿Nosotros le hemos tenido encerrado tantos años y usted nos ama? No me lo creo...”.
“¿Por qué nos ama?”, insistió el carcelero: “Porque Jesús me ha enseñado a amar a todos, —aclaré—. Si no lo hago no soy digno de llevar el nombre de cristiano. Jesús dijo: “amad a vuestros enemigos y rezad por quienes os persiguen”. “Es muy bello, pero difícil de entender”, comentó al final el guardia”.
La fuente de ese Amor con mayúsculas siempre la ubicó este santo cardenal recién fallecido, en el prodigio escondido en la Eucaristía:
El prelado que al ser detenido era arzobispo de Saigón posteriormente denominada Ciudad Ho Chi Minh no pudo llevarse ninguno de sus objetos personales, aunque le permitieron escribir a su familia para pedir bienes de primera necesidad: “Por favor, enviadme algo de vino, como medicina para el dolor de estómago”. Los fieles entendieron muy bien lo que quería y le mandaron una botella pequeña de vino con una etiqueta en la que decía: “Medicina para el dolor de estómago”. Entre la ropa escondieron también algunas hostias: “Gracias a ello celebré cada día la Misa con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano. Cada día pude arrodillarme ante la Cruz con Jesús, beber con Él su cáliz más amargo y al recitar la consagración, confirmé con toda mi alma un nuevo pacto eterno entre Jesús y yo, a través de su sangre mezclada con la mía. Fueron las Misas más bellas de mi vida...”.
Este santo cardenal que en los últimos años presidió en Roma la sagrada congregación Justitia et Pax en la Curia romana es un firme testimonio de las persecuciones que en pleno siglo XX han sufrido muchísimos cristianos simplemente por el testimonio valiente de su fe.