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Nada cambia en la sociedad afgana

EFE

Kabul, Afganistán.- Muy pocas cosas han cambiado para los pobres de Kabul, pese a la presencia de oficinas de organizaciones humanitarias internacionales en la zona más cuidada de la capital afgana, y en la que reside la nueva clase acomodada.

Masdade Estefaj es un barrio del este de Kabul semejante a otros en los que hubo casas con agua corriente, electricidad, y también calles asfaltadas con aceras hasta que a principios de la década de los noventa estalló la guerra entre las diferentes etnias.

Ahora las casas del vecindario, modelo en su día, son escombros entre los que familias sobreviven como pueden, la única agua que llega es la que algunos residentes traen de otros lados, del tendido eléctrico quedan como testigos algunos postes de cemento, y las calles parecen un paisaje lunar.

Hamida, su marido Omar y los cuatro hijos que tienen, nada saben de esos 4,500 millones de dólares que el pasado enero la comunidad internacional se comprometió a donar para ayudar a Afganistán. Lo único que Hamida y su familia saben es que pasan hambre, y que seguirán viviendo en el sótano de una vivienda derruida hasta que aparezca alguien para expulsarlos.

“Con los talibanes lo pasamos muy mal, y ahora....también”, dice Hamida, rodeada de sus cinco hijos, el mayor de once años, y a quienes envía cada día al mercado central para que ganen algún dinero cargando agua, o lo que haga falta.

Las vecinas de Hamida, tres viudas con catorce críos, subsisten bajo los plásticos de la cabaña que han montado en el patio de lo fue una casa de dos pisos.

De la vivienda de Ronagul, destruida en 1996 por el obús que hirió de muerte a su marido, quedan las paredes, y el recuerdo.

“No llevamos una buena vida”, se lamenta Ronagul, la mayor de las tres madres, mientras remueve con un palo el puré de pan de harina que prepara en una olla, y que por lo general es lo único que comen los días que el dinero no llega para más.

Los cuatro mayores aportan algún dinero a la familia, limpiando zapatos, haciendo recados o pidiendo limosnas, y desde el primero al último han escuchado que otros niños de su edad van a la escuela para aprender a leer y escribir.

“Yo quiero ir a la escuela”, exclama el que parece ser el más espabilado de los catorce niños, todos malnutridos.

Casi el 25 por ciento de los niños afganos mueren antes de haber cumplido los cinco años, y la mitad sufren malnutrición crónica, de acuerdo a los estudios realizados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).

En las calles de Kabul, quizá la ciudad del mundo con mayor cantidad de escombros, existen legiones de niños, viudas, ancianos y también jóvenes, que atrapados por la miseria deambulan en busca de trabajo o piden limosna.

El alivio de la pobreza, que el gobierno transitorio del presidente afgano, Hamid Karzai, ha declarado tarea de “alta prioridad”, no parece una meta cercana dada la precaria situación en la que se encuentran sus arcas, y a tenor de la denunciada demora del desembolso de los fondos prometidos por los países donantes.

El cambio político en Afganistán ha sido rápido desde la caída de los talibanes, pero la falta de infraestructura, la anémica economía, e inexistencia de la inversión impiden que los pobres noten algún tipo de beneficio.

“Vine a Kabul hace tres meses cuando dijeron en mi pueblo que iban a reabrir la fábrica en la que trabajé, y nada, sigue cerrada”, explica Solaina Omar, de 46 años, y mendigo.

A esta nación de Asia central, poblada por 23 millones de personas consideradas de las más pobres del mundo, han llegado ya las agencias humanitarias internacionales y las organizaciones no gubernamentales.

El bien cuidado vecindario Wazira Warjan, al norte de la capital es el polo opuesto al muy destrozado de Masdade Estefaj.

Las coquetonas casas de Wazira Warjan, que ahora se disputan las agencias internacionales, comandantes afganos y miembros del gobierno kabulí, han escapado siempre de los bombardeos, por muy intensos que éstos fueran.

En el barrio de Wazira Warjan hay aceras con árboles recortados, las calles que lo cruzan están pavimentadas, y dispone incluso de un solar vacío en el que los inquilinos de las casas arrojan la basura, que al caer la tarde, recoge un grupo de niños harapientos.

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