El nacimiento de Jesús, el Redentor, es para los pueblos de occidente una fecha muy especial dentro de la cual se formulan deseos de paz y concordia, al tiempo que se reflexiona sobre la razón por la que los seres humanos están en esta Tierra elegida por el Dios de la cristiandad para enviar a su hijo a redimir los pecados primigenios, al tiempo que difundía entre ellos una doctrina que revolucionó desde entonces a muchas sociedades.
Aunque diversas son las religiones que se han fundado a partir de la doctrina cristiana, lo que Jesús predicó en su tiempo no entrañaba la instauración de una iglesia determinada, sino una doctrina que partiendo de los llamados diez mandamientos pregonaba el amor, el respeto y la concordia entre los hombres que pueblan este planeta, sobre la consideración de que todos son hermanos, hijos de un mismo Padre.
El principio de: “Amarás a Dios sobre todas las cosas” y el que manda amar al prójimo “como a tí mismo”, son el fundamento de un mundo en que las relaciones personales deberían desarrollarse en un ambiente de paz y concordia entre todos los seres humanos; porque si se ama a Dios por encima de todas las demás cosas, no debe haber ambiciones ni envidias que generen conflictos personales.
De la misma manera, si se ama al prójimo como se ama a uno mismo, no se puede causar daño alguno a los demás. O dicho en los términos en que lo expresara San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, pues si en realidad se ama, ese mismo amor hace que no se le cause daño a nuestros semejantes, al tiempo que se busca la forma de procurar su bienestar aun a costa del propio. Es, por tanto, la cristiana, una doctrina simple que si se aplicara, este mundo sería muy distinto.