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Ni desidia ni desdén

Cecilia Lavalle

“A ver ahora con qué va a salir éste”. Así dice el escritor Germán Dehesa que percibe la actitud en la ciudadanía a propósito del segundo Informe de Gobierno del presidente Fox. Informe que para cuando escribo estas líneas aún no ha acontecido. Y sí, yo percibo lo mismo y también la sensación de que todo sigue igual que antes. Yo no me encuentro entre ese sector, y me parece que lo que sucede es que esas actitudes parten de una base equivocada.

Para empezar yo creo que muchas cosas han cambiado. Las elecciones federales más democráticas que hasta el día de hoy hemos tenido, devinieron en el triunfo pacífico y legítimo de un candidato de oposición por primera vez en nuestra historia, e implicaron una conformación plural en la Cámara de Diputados, con la clara lógica de formar los debidos contrapesos a un poder presidencial que antes era omnipotente.

Hoy, como nunca antes, el poder está repartido. El Congreso tiene un peso especifico en el rumbo que toma el país. Hoy, una iniciativa presidencial es eso, una iniciativa, y no santa palabra que sólo hay que validar. Hoy, se necesita convencer, negociar, cabildear. Hoy, los miembros del poder Legislativo son corresponsables del destino de nuestro país. Lo mismo sucede con el Poder Judicial que, como nunca en su historia, goza de independencia y la ejerce frente al mismo poder Ejecutivo. ¿Y qué me dicen de los gobernadores? Ellos también cuentan con una independencia que ni en sueño tenían antes. Hoy, son capaces de organizarse para tomar parte en las decisiones que se toman a nivel central y que inevitablemente les afectan. Hoy, son considerados interlocutores importantes en los grandes temas nacionales. Hoy pueden expresar una opinión contraria a la del presidente. ¿Que hay muchas inercias, muchos vicios, muchos errores, mucho qué avanzar todavía? Sí. Pero por fortuna nuestro destino ya no depende de la voluntad de una sola persona, ni siquiera de un solo partido. Y eso, a pesar de todos los pesares, para mí es un cambio muy positivo.

Por otro lado, creo que hay cambios dignos de destacarse. La Fiscalía especial para los casos de desaparecidos durante 1968 y la década de l970, el hecho de haber citado a declarar al respecto al ex presidente Luis Echeverría Álvarez, la Ley de acceso a la información, entre otras, me parecen impensables si hubiéramos continuado bajo el poder de un PRI que se consideraba todopoderoso. Claro, también hay oscuros: Atenco, la malograda reforma fiscal, la mal parchada reforma indígena, el polvorín que sigue siendo Chiapas, la muy precaria seguridad pública, los aún altos índices de corrupción e impunidad, entre muchos otros. Pero aún con todos los prietitos que se quiera ver en el arroz, con la alternancia en el poder presidencial reconquistamos la posibilidad de ser actores y no meros espectadores. Y eso no es poco.

¿Por qué entonces encontramos esas actitudes de desánimo y desdén? Aventuro algunas posibles respuestas. Por un lado creer que la alternancia representaba la solución a todos los males del país. A esta creencia sin duda contribuyó un candidato cuya virtud no es la prudencia, ni la humildad, y que olvidó que el pez por la boca muere. Actitudes que pueden ser muy rentables en la campaña política, pero de graves consecuencias una vez sentado en la silla presidencial. Altísimas expectativas y desmesuradas promesas, dan como resultado grandes frustraciones.

Asimismo, muchos creyeron que la alternancia era el punto de llegada a la vida democrática, y no el de salida; creyeron que con su voto habían hecho más que suficiente y, aunque votaron por acotar el poder presidencial, en el fondo siguen esperando que las decisiones se tomen de manera autoritaria. Gabriel Zaid en un espléndido artículo titulado El poder irresponsable (publicado en un diario capitalino el 25 de agosto), dice: “Todos tenemos algún poder, por mínimo que sea… Yo soy el único responsable de que salga bien la democracia, en todo aquello que depende de mí”. Y me parece que da en el clavo.

El presidente Fox tiene una gran responsabilidad, y anualmente debe rendirnos cuentas de ella; pero la ciudadanía también la tiene, y bien haríamos en preguntarnos cada año ¿qué he hecho o he dejado de hacer para que en mi país se produzcan los cambios que considero necesarios?

El México de hoy, a mí no me cabe duda, no es igual al de ayer, pero está muy lejos aún de ser lo que sueño heredarles a mis hijos. Así pues, no hay lugar para la desidia ni para el desdén. Algún día las generaciones que nos suceden pedirán cuentas, y tendremos que rendir nuestro propio informe. Confío en que no digan: “a ver ahora con qué nos van a salir éstos”.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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