Segunda de dos partes
Como sea, la expresión más reciente y acabada del optimismo burgués actual es la elaborada por el norteamericano Francis Fukuyama, que por un tiempo trabajó en la Rand Corporation, y cuya su tesis sobre “el fin de la historia” no es otra cosa que insistir en que la historia como conflicto ya acabó. Desde su perspectiva, el rotundo fracaso del desafío marxista al concluir el siglo XX, ha permitido constatar que la humanidad ha llegado a su verdadero estadio superior, a la modernidad efectiva, pero no por la vía de la revolución proletaria sino por la del capitalismo global, la democracia liberal y el Estado de Derecho. Desde esta perspectiva, modernidad plena y progreso es lo que ya existe en Estados Unidos. Si Norteamérica es la cúspide de la evolución social, entonces de aquí en adelante la tarea ya no es transformar al sistema, sino extenderlo, perfeccionarlo con la ayuda de la ciencia y la tecnología y, finalmente, administrarlo.
El Post Modernismo.- Una de las consecuencias inesperadas del derrumbe del paradigma de la izquierda tradicional y del triunfo del “fin de la historia”, es la modificación de la idea del progreso. El llamado post modernismo, está basado en el rechazo, como idea científica y política, del concepto de alguna gran “ley de la historia”, de un fin predeterminado de la evolución humana. Para algunos, se trata, por tanto, de una propuesta conservadora, reaccionaria, que, como la de Fukuyama, simplemente sirve para justificar el estado de cosas existente, la estructura de autoridad imperante. Desde luego, puede haber otra interpretación del post modernismo, de una implica riesgos pero también liberación. De una donde la lucha no ha acabado, sino donde hay razones muy concretas para continuarla, pues el capitalismo global está lleno de injusticias y si bien ha permitido la prosperidad de Estados Unidos, Europa Occidental y ciertas partes de Asia, ha tornado a otras inviables, sobre todo en África pero también en América Latina y Asia. En efecto, de aquí en adelante el cambio, la evolución, simplemente ya dejó de tener dirección predeterminada y también dejó de tener liberadores seguros, como el proletariado según la izquierda o el capitalismo razonable, según la derecha. Abandonados los grandes paradigmas ideológicos, hoy queda claro que la humanidad en su conjunto o las sociedades particulares, pueden transformarse de manera positiva, pero eso no es inevitable. El resultado del cambio dependerá de la voluntad de las sociedades, del resultado de sus luchas y contradicciones internas, y de la suerte. La suerte o fortuna debe volver a ser tomada en cuenta, pues ya no se puede confiar en que las leyes de la evolución -si es que existen— estén en favor de la razón y de la justicia. En el campo del pensamiento social, el post modernismo implica que si bien ya dejó de tener sentido insistir en la construcción de “la gran teoría” al estilo marxista o al de sus contrapartes en el lado capitalista —como los estructuralistas y funcionalistas—, la tarea es centrarnos en teorías parciales, que puedan explicar parcelas de la realidad, pero no él todo ni, menos, el sentido último de esa realidad. Ese sentido no está predeterminado y será el que le podamos dar nosotros.
El Post Modernismo Mexicano.- Los líderes del liberalismo radical del siglo XIX mexicano y más tarde los de la Revolución Mexicana en el siglo XX, compartieron el gran optimismo de la modernidad. A pesar de sus diferencias, compartieron una base ideológica común: en ambos se veía al devenir histórico mexicano -y mundial— como un proceso que “marchaba hacia algún punto”, que poseía una dirección inmanente, y por tanto las diferencia entre ellos era sólo sobre la naturaleza de los medios para alcanzar a ese destino brillante y final. Para el modernismo liberal, lo que México necesitaba era orden y un Estado que facilitara la iniciativa individual, fomentara la educación y abriera las puertas al capital de las naciones extranjeras más modernas, para acelerar la transformación material de México. Para el modernismo revolucionario, que incorporó elementos del socialismo, el destino de justicia social enmarcado en un agro de ejidatarios y propietarios moderados prósperos, y en una vida urbana fabril eficiente, con sindicatos fuertes y burguesía nacional al mando, requería un Estado fuerte e interventor y muy nacionalista. El modernismo liberal del siglo XIX desembocó en dictadura oligárquica, en una sociedad que mantuvo la deformidad heredada de la Colonia (el juicio es de un contemporáneo, don Andrés Molina Henríquez) y en una revolución. El nacionalismo revolucionario desembocó en un autoritarismo de un partido de Estado, en una enorme corrupción, en un desastre económico que dura de 1982 al día de hoy, y en una sociedad que mantuvo la deformidad heredada. Afortunadamente el final no requirió una nueva revolución. El desafío hoy, la cuestión vital, no es otra que abandonar la confortable idea de que el futuro está asegurado. Debemos aceptar que el progreso es posible pero no es inevitable, que la satisfacción de Estados Unidos por su triunfo internacional, no es nuestro triunfo. El “fin de la historia” no debería existir para México. En nuestro caso, el futuro no puede reducirse a administrar y mejorar el presente, pues este presente es terriblemente injusto e irracional. El cambio aún debe ser la gran meta, pero debemos ser conscientes que el cambio puede llevarnos lo mismo a un estadio superior que volver a dejarnos en la mediocridad de un proyecto abortado: el de la democracia dentro de la globalización. En cualquier caso, hay que invertir energía e imaginación en reinterpretar nuestro pasado y en elaborar una meta para el futuro. Si no hay ninguna “ley de la historia”, nadie ni nada nos puede garantiza el éxito. En fin, la libertad frente a los antiguos paradigmas -el post modernismo— es un gran reto, pero igual es una gran oportunidad. Ningún dedo de ningún Dios escribió nuestro destino; esa escritura es sólo responsabilidad nuestra y de nuestra suerte.