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Acteal, Chis.- Las heridas de indígenas, afectados por la matanza de 45 personas cuando realizaban una jornada de ayuno y oración por la paz en esta comunidad, siguen sin cerrar.
Al cumplirse hoy cinco años de los hechos violentos en esta comunidad, Zenaida, Efraín y Jerónimo son tres niños que fueron heridos por balas de alto calibre y sobrevivieron, aunque ahora arrastran las secuelas más difíciles de su vida.
Con un humilde vestido azul, Zenaida se desplaza con facilidad en la casa de sus abuelos porque esa área es conocida para ella, pero si es llevada a otro medio necesita el auxilio de un guía, pues el rozón de bala le redujo la visibilidad en más de 70 por ciento.
De nueve años de edad, la pequeña sufre también la ausencia de sus padres que fueron asesinados, “porque se acuerda de sus padres”, dice Vicente Luna Ruiz, tío de Zenaida.
Vicente aprovecha la ocasión y denuncia que la pequeña indígena ha dejado de recibir el apoyo de las autoridades para subsanar las secuelas que le dejó el ataque.
“Ella necesita una escuela para ciegos porque va a la escuela, pero los maestros dicen que no puede ver las letras”, explica su tío.
Jerónimo es otro menor cuyo rostro ha sido marcado para siempre no sólo por la pobreza y la marginación sino también por una bala que le penetró por la mandíbula del lado izquierdo y le salió a unos siete centímetros para destruir los huesos y dientes de esa parte y el tejido de su cara.
Victorio Gómez Pérez, padre del menor, explica que le han injertado pedazos de hueso en la mandíbula dañada, así como un pedazo de diente en la parte que le destruyó el disparo que recibió aquel 22 de diciembre.
A unos pasos del lugar en el que fue la masacre, Efraín también vive momentos tristes, pues en esa ocasión perdió a su madre, de quien no tiene prácticamente ningún recuerdo de ella, pues tenía solamente dos años cuando sucedió la masacre.
Su padre narra que Efraín extraña a su madre porque ve a sus compañeros y amigos que tienen el cuidado de la “nanas”, pero él no, “yo no me casé otra vez porque me he dedicado a cuidar al pequeño y llevarlo a donde sea necesario para que reciba la atención debida”.
Frente a la vivienda de Efraín, está la casa de madera de María Vázquez Gómez, una indígena de pequeña estatura, pero de gran valía porque ahora ella sola cuida a cinco sobrinos y a su pequeño Mario.
Tiene a su cargo cinco sobrinos porque en la masacre, María perdió a nueve de sus familiares, papás, hermanos y primos cayeron ante los disparos del grupo que actuó supuestamente en venganza por la ejecución de Antonio Pérez Secúm, priista ejecutado cinco días antes.
María con una pequeña tienda, el cafetal y el cultivo de maíz ha podido mantener a los cinco niños, además de que en sus ratos libres teje y borda mantas que vende cuando hay visitantes en este pueblo.
La ermita en la que fueron ejecutadas la mayoría de los indígenas ha sido barrida, pues ahí iniciará la celebración el próximo domingo.
Habrá una peregrinación que llevará a los participantes al entarimado que ha sido instalado a un lado del recinto que guarda los restos de las 45 víctimas.
Los indígenas de la sociedad civil Las Abejas de Chenalhó también construyeron otro entarimado en el que instalarán a los grupos que amenizarán la fiesta de paz y reconciliación que han organizado en este quinto aniversario.
Pero los preparativos no sólo son materiales, también espirituales, desde ayer inició una jornada de oración que el “Consejo de Ancianos” de Acteal realiza para pedir a la Virgen de Guadalupe y Dios bendigan la celebración.
Constantes rezos, cánticos en tzotzil, veladoras y el incienso, acompañan a los ancianos que permanecen frente a las imágenes religiosas y la Cruz de Acteal, que es un cuadro en el que están los nombres de las 45 víctimas en forma de Cruz.