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Normatividad Agropecuaria / EL HOMBRE QUE TRASFORMÓ AL MUNDO

Agustín Cabral Martell

Las leyes divinas se cumplen, las profecías una a una se van sucediendo hasta que llegan estas fechas de frío externo pero de intenso calor divino. Se escribe el renglón histórico más importante de todas las épocas, acontece el nacimiento de un hombre que transforma las mentes de su momento, para que este ambiente amable y tranquilo trascienda de generación en generación en la verdadera doctrina que no sólo humaniza sino diviniza. Y así, tomando nuestra naturaleza, nacerá, recostado en un pesebre, entre animales, pasto y humedad, con todas las circunstancias adversas, en un lugar oscuro, así de frágil, así de pobre, así de frío, al que por fin llegaron un hombre, en compañía de una hermosa dama, que irradiaba divina feminidad iniciando su maternidad, después de negársele hospedaje en el pueblo, "por no haber sitio para ellos en el mesón" en donde hoy miles de peregrinos visitan la estrella plateada en la cueva de Belem, un establo, en ese entonces convertido en palacio.

Su padre, hombre fuerte, de oficio carpintero, preocupado para que nada falte en los nerviosos preparativos para el nacimiento de su primogénito, desempeña sus propias labores, serio y entregado a su santa misión y también alegre y contento por tan gran acontecimiento familiar. Su madre, una joven doncella, de inspirada fragancia femenina, con una dulce sonrisa dibujada en sus labios que irradia santidad y belleza, sabe de la trascendencia de su actuar, el orgullo de ser mujer y la satisfacción de vivir una intensa maternidad; ambos ocupados en la tarea más sublime jamás vivida. ¡Dios hecho hombre!. LLega a nosotros para quedarse eternamente. ¡Aparece la luz al mundo que estaba en tinieblas!. ¡Regocijémonos en el Niño Dios, que nos ha traído la paz, la verdadera razón de vivir!. Él está con nosotros, debemos estar con Él, vivirlo, sentirlo e impregnarnos de su santidad, en santa paz, con alegría sana en cada hogar. Elevemos una plegaria para que, ahora más que nunca, nazca en cada uno de los corazones que lo necesitan, ¡Qué triunfe la hermandad en la tierra!, ¡Que sea nuestra alma el establo de Belén! Y nuestro grito de alegría se oiga hasta lo más recóndito de la tierra, hasta los abismos penetre el aroma santo de su presencia.

El Nuevo Testamento bíblico se inicia, su doctrina se extenderá sin topar fronteras y llegará a todos los confines de la tierra. “No vine a ser servido sino a servir”, palabras que deben quedarse por siempre en la mente y corazón de todos nosotros, como herencia a seguir, que sea guía su vida para la nuestra, pongamos en práctica lo que se ha dicho: “Vivan felices y no dejen de orar”. Que ésta Navidad se viva intensamente y que la alegría que invade nuestros corazones hoy, perdure para siempre en cada uno de nuestros hogares.

He de desear a todos y cada uno de los lectores amigos de esta columna, a los hombres nobles de campo, gente sencilla y preocupada por que la alimentación no falte jamás en nuestra mesa, a los jóvenes estudiantes que se preparan en las ciencias de los alimentos y a nuestra casa editora "El Siglo de Torreón" que Dios hecho hombre los colme de bendiciones y perduren por el resto de sus días. Un Fuerte abrazo fraternal para todos.

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