Un Tema Antiguo.- Transparencia Internacional (TI) acaba de hacer pública su evaluación anual sobre corrupción en el mundo. En esa materia, México saca 3.6 sobre 10 y el lugar 57 entre 102 naciones. La visión negativa de nuestro país a ojos del resto del mundo -y propios, también— es un problema que lleva ya cinco siglos. En el origen, los maestros de Salamanca fijaron los estándares de excelencia, luego, los diplomáticos, viajeros, periodistas y académicos de los países centrales y, al final T.I. Y sistemáticamente México ha resultado inferior a lo exigido.
Una Humanidad Diferente.- El imperio encabezado por Carlos V marcó el cambio de los clásicos a los coloniales, al imperio planetario. Al extenderse la estructura imperial europea a América, la parte más lejana al centro se convirtió en zona secundaria, útil para extraer riquezas, pero inferior. Lo rotundo del triunfo español sobre las grandes concentraciones demográficas de nativos americanos, inevitablemente fue asociado por los vencedores a una superioridad no sólo científica sino moral. Tras el hecho consumado vino la búsqueda de legitimidad. Entre 1540 y 1560, en la Universidad de Salamanca, se discutieron las bases de la dominación de las Indias.
Al despuntar el siglo XVI y desde La Sorbona, John Major sostuvo, usando a Aristóteles, que a los habitantes del Nuevo Mundo se les podía considerar “esclavos por naturaleza”. Para Gonzalo Fernández de Oviedo “esta gente (los indios) de su natural es ociosa e viciosa, e de poco trabajo, e melancólicos e cobardes, viles e mal inclinados... tienen el entendimiento bestial”. En opinión de Francisco López de Gómara, la azteca era una sociedad dominada por el demonio y José de Acosta definió a las civilizaciones americanas como la negación de la Ciudad de Dios y la encarnación de la Ciudad del Diablo. El resultado fue que la España cristiana estaba “obligada” a forzar sus valores a sangre y fuego sobre los indígenas.
La cristianización se convirtió en la razón moral del dominio español en América, pero antes fue necesario debatir más la naturaleza del cristianizado. El debate tuvo lugar a instancias del Emperador entre 1550 y 1551. Juan Ginés de Sepúlveda argumentó que los naturales de las Indias eran sólo “homúnculos”, similares a los “monos”, que sólo poseían “vestigios de humanidad”; fray Bartolomé de las Casas arguyó en contra y al final se impuso la idea de que los indios eran parte de la humanidad, pero con un desarrollo moral inferior. Pese a todo, en 1526 se inició un experimento que debilitó al supuesto oficial. En el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco —un centro de estudios superiores franciscano— profesores de las universidades de París o Salamanca enseñaron con gran éxito a ciertos jóvenes de la nobleza india el Trivium y el Cuatrivium. Tlatelolco mostró que los indígenas sí podían asimilar y usar la educación más compleja de Europa, pero los que necesitaban mantener la idea de la inferioridad natural de los indígenas pusieron fin al experimento.
El Fin del Abrazo Colonial.- En la etapa final del período colonial en México, Alejandro de Humboldt, el observador externo más agudo e interesante del cierre del ciclo del colonialismo formal en México, dejó constancia de lo brutalmente injusto de la sociedad novohispana -la distancia entre la minoría rica y la mayoría paupérrima derivaba de la concepción de la inferioridad de los nativos. Y al ser testigo en las minas del enorme y continuo esfuerzo de los indios desechó la idea de su degeneración física. Si bien aceptó que los indios eran “indolentes por carácter”, también supuso que al no estar gobernados por sus propias leyes, no podían desplegar su “energía natural”. La conclusión: “(en) cuanto a las facultades morales de los indígenas mexicanos, es difícil darles su justo valor, si no se considera esta casta sino en el estado actual de envilecimiento en que la tiene una larga tiranía”.
El Fracaso.- Las rebeliones de independencia fueron, en parte, una reacción de ciertas élites criollas a la discriminación y marginación. Un ejemplo se encuentra en los escritos del jesuita mexicano exiliado en Italia, Francisco Javier Clavijero, que defendió la calidad de lo americano frente a lo europeo. Tras la separación de España, los criollos y mestizos consideraron peligroso incluir a las masas indígenas en los asuntos políticos de la nueva nación y mantuvieron la idea de su inferioridad. La independencia trajo, entre otras cosas, un gran número de relatos de viajeros europeos y norteamericanos sobre el país (La mejor colección y estudio de estos relatos se encuentra en José Iturriaga, Anecdotario de viajeros extranjeros en México. Siglos XVI-XX, (4 Vols). No hay, desde luego, unanimidad en el juicio de viajeros, diplomáticos, colonos, invasores o inversores externos sobre México y los mexicanos. Sin embargo, y en términos generales, vieron y evaluaron a la nueva nación desde el supuesto de la superioridad europea o norteamericana. Desde luego, la propuesta de un “Destino Manifiesto” de los norteamericanos -la expansión y dominio de los norteamericanos sobre el antiguo imperio español en América por voluntad divina- resultó ser la expresión más acabada de ese sentido de superioridad.
La élite política y económica mexicana, y antes de que se consolidara como una oligarquía al final del siglo XIX, no fue aceptada como igual por los extranjeros imperiales y sí objeto de desdén, burla y dura crítica. En efecto, viajeros, inversores soldados o diplomáticos, tendieron a poner el acento en la mezcla de arrogancia con ignorancia de los mexicanos dominantes y, sobre todo, en su corrupción e incapacidad para la construcción de instituciones estables que apoyaran el progreso e impidieran las interminables y costosas luchas internas. Tomemos un ejemplo cualquiera; a Désire Charnay, un inglés que entre 1857 y 1886 realizó cinco visitas a México. Para él, el mexicano se ha “(a)costumbrado a los cambios en materia de gobierno, el hecho consumado se vuelve ley; testigo celoso de fortunas escandalosas de algunos tratantes, falsificador desvergonzado de la moneda pública, la política lo pierde, la pereza lo corrompe y el juego lo deprava”. La condesa Kolonitz, que arribó en 1864 acompañando a la emperatriz Carlota, llegó a conclusión similar: “guerras civiles, cadenas de engaños, de codicia y de avidez, habían precipitado (a la nación mexicana) en la más profunda corrupción; donde los habitantes habían perdido no solamente las virtudes morales sino hasta el concepto de las buenas costumbres y la honestidad”.