El bloqueo de las carreteras México-Cuernavaca es algo más que una de las formas en que se manifiesta nuestra cotidianidad. Es anuncio de los nubarrones que se ciernen sobre México y que se han ido formando con pobreza, irresponsabilidad y demagogia.
El caos forma parte de la vida diaria del mexicano. Lo normal es que cualquier movilización social se inicie, transcurra y/o termine en el cierre de calles y caminos. No importa que se trate de miles o de un puñado, ni tampoco influye que se trate de protesta, festejo o entierro. Está profundamente arraigada la idea de que los demás no importan cuando se trata de expresar los sentimientos y pensamientos. Cuando de protestar se trata, la forma natural para obtener la atención de la autoridad y lograr la resolución de un problema es impidiendo que los demás transiten. Es igualmente razonable que quienes se vean afectados por una de estas acciones exijan el uso de la fuerza pública invocando, siempre, a un Estado de Derecho que, bajo cualquier punto de vista, está bastante maltrecho.
Pese a estos usos y costumbres, el bloqueo de la México-Cuernavaca causó sorpresa porque duró 27 largas horas, porque cercenó una vía de comunicación estratégica entre la megalópolis y una de sus urbes periféricas y porque es el síntoma de problemas muchísimo más graves. Participaron unos 2 mil campesinos morelenses inconformes con el monto de una indemnización que deberían haber recibido de los Gobiernos Federal y Estatal. Si el monto de lo reivindicado era tan inferior a las consecuencias de la protesta, ¿por qué mostró tanta tolerancia el Gobierno Federal? En algo debe haber influido la desorganización del gabinete y del gobierno morelense (ambos panistas), pero la cautela también se explica por la generalizada creencia de que el campo es un desastre y un polvorín. “Agoniza el campo” es una frase de portada del número de noviembre de Contralínea. Periodismo de investigación que resume esta opinión. Una agonía que se liga irremediablemente con el cumplimiento de la apertura comercial aceptada en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Esta percepción provoca reacciones de distinto tipo. Una de las más comunes es la de exigir un “programa integral de atención al campo” y que se renegocie el TLC. Si pedir es fácil, el planteamiento se hace particularmente demagógico cuando proviene del Partido Revolucionario Institucional, PRI, que sigue empeñado en que se olvide aquellas partes de la historia que no le convienen
Sin el pasado es imposible olvidar el presente.
Para escribir esta columna regresé a la cuarta edición del tabique escrito por Carlos Salinas de Gortari (México. Un paso difícil a la modernidad, Plaza y Janes). Después de un Prólogo a ratos iracundo (fue escrito después de que se conociera la famosísima conversación telefónica entre Raúl y Adriana), las primeras partes del volumen las dedica a una detallada, fascinante y reveladora explicación de la forma como se negoció ese tratado que cambió para siempre nuestra historia (pretender enunciar lo bueno y lo malo TLCAN sería de una audacia irresponsable). De acuerdo al relato de Carlos Salinas, su gobierno se embarcó en una arriesgada empresa que tuvo éxito (si unirnos comercialmente al norte puede calificarse de esa manera) por una concentración enorme de energía y recursos mexicanos que incluyó la decisión de intervenir activamente en asuntos estadounidenses. En esta descripción del ex presidente aparecen, una y otra vez, los nombres de dirigentes priistas (muchos de los cuales siguen en el escenario) que apoyaron en todo momento y con toda la capacidad de la que fueron capaces, un TLCAN negociado por el equipo de Carlos Salinas que se encarga de elogiarlos una y otra vez en ese estilo meloso que caracteriza el metalenguaje priista: “talentoso”, “firme y preciso”, “destacado”, “comportamiento ejemplar”. El cronista y los elogiados sabían que el agro era uno de los puntos más débiles de México. Para protegerlo le dieron un plazo razonablemente largo (que terminará en el 2008) y se comprometieron a la implementación de un “programa integral” de desarrollo que “modernizaría” al campesinado haciéndolo eficiente.
La “integralidad” fue otro sueño de la tecnocracia criolla. Durante el sexenio de Ernesto Zedillo las políticas hacia el agro siguieron siendo desarticuladas y contradictorias y lograron que el 25 por ciento de la población que sigue en el campo siguiera nutriendo a los más pobres y desprotegidos. Investigadoras tan serias como la profesora de El Colegio de México Kirsten Appendini, presentan en sus escritos un panorama desolador. Según uno de sus análisis (“The challenges of rural México in an open economy” en Joseph S. Tulchin y Andrew Steele, Mexico´s Politics and Society in Transition, Woodrow Wilson Center, 2003) el campo se está transformando a golpes de realidad y estrategias de supervivencia. Ha cambiado la demografía y sociología rural en la medida en que llegan las maquiladoras y surge incontenible la migración hacia Estados Unidos. En conversación telefónica, Kirsten complementa el trabajo anteriormente citado con una evaluación de los dos años del gobierno foxista: “Es más de lo mismo. Aunque hay muchas declaraciones, no hay un cambio sustancial que responda a lo que piden las organizaciones campesinas y la gente del campo. Los apoyos son insuficientes y dispersos, falta información y transparencia y ni siquiera están claras las reglas del juego para la agricultura de exportación”. Este diagnóstico se confirmó con los acontecimientos que rodearon el bloqueo de las carreteras Cuernavaca-México. Si la protesta surgió fue (en parte al menos) porque en Morelos hay un gobernador blanquiazul, Sergio Estrada Cajigal, que no atendió con la rapidez debida al problema. Además de ello, el titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), Javier Usabiaga Arroyo hizo el lamentable anuncio de un imaginario blindaje económico que protegería al campesinado mexicano del impacto que recibirán del exterior en los años que vienen. En este panorama, justo es reconocer que la única estrategia razonablemente sensata es la de Relaciones Exteriores que vuelve a la carga buscando mejores condiciones para nuestros paisanos que emigran a Estados Unidos. Si los expulsa el agro mexicano, al menos tendríamos que protegerlos en el otro lado (asunto que abordaré la próxima semana).
Viendo la protesta desde otra perspectiva -igualmente inquietante-, hay una franja amplia de la sociedad que considera que la democracia política es absolutamente irrelevante para resolver sus problemas. Cerrando calles, correteando policías “Robocops” en Tacuba, invadiendo presidencias municipales en Teloloapan, Guerrero, reivindican -con razón o sin ella- el perenne derecho a rebelarse contra un poder al que consideran insensible y tiránico. En ese contexto hay que ubicar el significado del EZLN y de la reaparición del Subcomandante Marcos que desenvainó ramilletes de banderillas epistolares para calentar un ambiente pre-navideño particularmente gélido.
Es por supuesto indispensable que se eviten los cierres de vialidades que terminan lastimando a todos los involucrados. No basta con condenar. Hay que comprender si se quiere resolver. Si las tensiones en el campo se agudizarán en los próximos años (en el 2008 terminará la apertura establecida en el TLCAN), es de sentido común exigir a los partidos que acuerden esa “política integral” hacia el campo de la que todos hablan y hablan y hablan.
La miscelánea
Es absurda e inaceptable la pretensión de la Procuraduría General de la República de exigir a periodistas de diversos medios de comunicación que revelen sus fuentes de información. Por ahora, los afectados son compañeros de La Jornada y el Universal que merecen la solidaridad del gremio. Es otro de los desatinos competidos por el Gobierno Federal.
Comentarios: Fax (5) 683 93 75; e-mail: sergioaguayo@infosel.net.mx