(Décima segunda parte)
Etiquetas: La sal y pimienta de la vida
Sin embargo, no todas las parejas cuentan con esa fuerza y firmeza, con ese tipo de vínculo matrimonial, ni con los recursos económicos, emocionales, espirituales o sociales que les permitan enfrentar una crisis semejante para asimilarla o superarla. Para ellos, la llegada de un bebé con este tipo de problemas o enfermedades se convertirá definitivamente, en una experiencia sumamente traumática y desastrosa, en una crisis de la vida que los hará tambalear y sentirse aún más frágiles y vulnerables, con repercusiones muy intensas, dolorosas, angustiantes e inclusive destructivas para su relación entre sí como pareja, y naturalmente también para la relación con su bebé. El primer impacto ante la aparición de un bebé así para el cual no estaban preparados, ya que no se trataba del bebé soñado e idealizado, puede ser tan intenso, decepcionante, desgarrador y dramático, que ese shock inicial y la negación que lo acompaña, toma proporciones inmensas en ambos padres, quienes llegan a creer que se trata de una equivocación, que ése no es su bebé y que posiblemente se los hayan cambiado en el hospital.
Muchos padres pueden permanecer estancados en esa primera etapa y no reconocer al bebé como propio, para vivir la fantasía de que su hijo les haya sido robado. Se trata de padres que ni siquiera alcanzan a llorar y procesar el duelo por “la muerte” del bebé perfecto que habían construido en su imaginación. Ello determina que en su mente, el bebé ideal permanezca vivo en algún otro sitio, con el consecuente rechazo al hijo o a la hija que les haya sido entregado. Tendrán dificultades para aceptarlo como propio, sea consciente o inconscientemente, lo cual puede mantener sea así para toda la vida con esa duda e incertidumbre, aunque también puede llegar a resolverse de modo diferente.
Para estas parejas, la fragilidad e inseguridad que caracteriza el vínculo que los une como matrimonio, sufrirá aún más ante el impacto de una prueba semejante, al grado que algunos de ellos inclusive llegan a culparse uno al otro, o a sus respectivas familias del bebé que nació. La frustración, decepción, el enojo y la impotencia ante tal situación puede convertirse en agresividad abierta y desbordada, que tiende a explotar y a desplazarse en múltiples direcciones. En ocasiones se llega a la separación o al divorcio, al abandono del esposo o de la esposa, o inclusive de ambos que pueden llegar a depositar al bebé con los abuelos u otros familiares, para que sean ellos quienes se encarguen de su cuidado. Hay casos todavía más dramáticos, en los que estos niños o niñas son abandonados en las clínicas o los hospitales en que nacieron, sin que los padres regresen a recogerlos, de modo que se tiene que tramitar su adopción sea con otras parejas o en instituciones de beneficencia, en donde crecerán como huérfanos.
Cuando sin embargo, el bebé permanece con sus padres y éstos no logran superar ese proceso de duelo, para llegar a aceptar y asimilar la presencia del bebé con todas sus realidades, la relación que se establece entre ellos como triángulo familiar, será más complejo, conflictivo y con mayores obstáculos para el desarrollo emocional de todos ellos. Los sentimientos de desilusión, tristeza, enojo, vergüenza, culpa, dolor en el orgullo propio, sensación de fracaso y de impotencia, seguirán latentes en ese hogar, como una nube oscura y deprimente que flota constantemente sobre de ellos, en ocasiones más consciente o inconscientemente, según sus circunstancias. Tales sentimientos podrán surgir y hacerse más visibles y abiertos en los momentos de crisis familiares no necesariamente relacionados con ese niño o niña al que nos referimos, pero que sin embargo pueden ser canalizados más específicamente hacia él o ella, para convertirlo en una especie de chivo expiatorio familiar, a quien muy fácilmente se le puede culpar de todos los problemas que ocurren en el hogar.
Es en el seno de estas familias con la presencia de niños o niñas semejantes, donde el territorio se convierte en uno sumamente fértil para la adjudicación de las etiquetas, etiquetas que tienen que ver con los defectos congénitos que presentan o con los trastornos y enfermedades que padecen. Se trata de etiquetas que naturalmente llevan una carga emocional mucho más intensa, puesto que no sólo tienen que ver con tales defectos y trastornos, sino que en el fondo comprenden y se relacionan con una dinámica parental y familiar mucho más amplia, variada, intensa, compleja y dramática, que está cimentada en procesos emocionales del pasado que han recorrido largos caminos de años. Se trata de procesos emocionales sinuosos y complicados, no del todo superados o asimilados, que yacen escondidos en los rincones de los sótanos familiares y que simbólicamente surgen resumidos en tales etiquetas. (Continuará).