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NUESTRA SALUD MENTAL / Capítulo Interestatal Coahuila–Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana

Dr victor Albores García

(Sexta parte)

Etiquetas: La sal y pimienta de la vida

Pero los niños y niñas no sólo tienden a investigar y a explorar para abrirse paso en el universo y ampliar sus horizontes, sino que también y en forma muy importante, se comparan unos con otros, para medirse, reconocerse, valorarse, definir a los demás y así mismos, ubicarse en el espacio del mundo al que pertenecen, conforme usan a los demás como espejos en donde reflejarse y aprender no sólo de los otros, sino todavía más, aprender de sí mismos. Se trata del inicio de esa trayectoria larguísima e interminable que es la búsqueda de la identidad, y que se va a prolongar a lo largo de toda la vida, durante las diferentes etapas del camino, puesto que seguimos cambiando constantemente y nunca dejamos de hacerlo.

Como parte de esa comparación con los demás, se podrán sentir mejor o peor al medirse: más flacos, más gordas, más feas o más bien parecidos: más altos o más pequeñitos; más esbeltas o más encorvadas; más blancos o más morenos o prietitos; más defectuosos o mejor formados; más o menos cabezones, trompudos u orejones, en el color del cabello, de los ojos, en la longitud de los brazos o las piernas; en la forma de caminar, de sentarse, de correr, de moverse, de hablar o de no hacerlo, de jugar ciertos deportes, de estudiar o de no hacerlo, de relacionarse con los demás o de aislarse. Llega un momento inclusive que la presencia o la ausencia de pene y las diferencias en los genitales de niños y niñas llaman la atención y la curiosidad de ambos y marcan naturalmente esa gran diferencia con la que hemos sido clasificados biológicamente y que rige al mundo y a los seres humanos de una manera tan fundamental, específica y variada.

Pero el físico no es exclusivamente lo que les interesa y mantiene su atención, a pesar de que el armazón sea tan importante y vital, a pesar de que aún con adolescentes y adultos sigue siendo básico, puesto que es la primera imagen que todos mostramos, nuestra tarjeta de presentación a donde quiera que vayamos y nos presentemos; la que naturalmente nos enfrenta a los demás y al mundo en general. Pero una vez atravesado ese primer umbral, que es el de la presentación física y la imagen concreta, los niños y las niñas también se interesan por las ideas, los juegos, el lenguaje, por las frases expresadas, los sentimientos, las acciones y las conductas que surgen del “otro” o “la otra”, o de los “otros” en general que son diferentes y están ahí, frente por frente de él o de ella. Todo ese conglomerado que se conjunta en la imagen física de un “otro”, en las expresiones y rasgos de su rostro y en todas sus actitudes, acciones, sentimientos e ideas representan un reto todavía más complejo para que un niño o una niña se puedan comparar, medir y definir. Así surgen su atracción, su ansiedad, su temor, su fascinación, su encanto, su repulsión o su disgusto ante tantas diferencias o similitudes con las que está siendo confrontado o confrontada. El orden, la armonía y el equilibrio de ese conjunto, o precisamente todo lo contrario, le permitirán posiblemente conectarse en forma positiva para acoplarse y congeniar, aunque sólo sea parcial o temporalmente, o le causarán tal rechazo y desencanto, que en ningún momento buscará acercarse, sino que más bien se distanciara.

Ese desequilibrio y desigualdades, esas diferencias exageradas o percibidas como grotescas o extrañas, esas rupturas de lo que se concibe como armonía, tienden a convertirse en reacciones emocionales de diferentes tipos e intensidades. Pueden ser reacciones de rechazo, de ansiedad, de susto, sorpresa, disgusto, repulsión, desencanto, decepción, vergüenza, que precisamente como se mencionaba impiden la conexión y relación con alguien así, provocando el alejamiento. Tales reacciones a su vez, pueden ser canalizadas a través de una serie de mecanismos tales como la huida total y el rechazo, pero también la risa, las bromas o las burlas, los señalamientos agresivos y los insultos, las manifestaciones de desdén o escarnio, la manipulación y la marginación y muchos otros modos de señalar y hacer sentir miserable al otro o a la otra.

Son ésos precisamente los momentos propicios para el nacimiento de los motes o los apodos, que son definitivamente las etiquetas que desde muy temprano en la infancia empiezan a marcar y a ubicar a todos aquellos niños o niñas que son diferentes, o que son vistos como diferentes por los demás al no reconocer y respetar su individualidad. La diferencia puede ser percibida en cuanto a los rasgos físicos, sea en el rostro o en el cuerpo: sea por nacimiento, por un defecto congénito, por una enfermedad, por marcas con las que ha nacido, por accidentes, por herencia, por características raciales o culturales, o por tantas otras circunstancias que los marcan desde tan temprano. Puede ser en lo emocional, en sus características intelectuales, de lenguaje, en la forma de expresión de sus ideas o sus sentimientos, o igualmente en sus actitudes, acciones y conductas generalmente mal interpretadas e incomprendidas. El niño o la niña diferente es etiquetado desde ese momento por los demás. (Continuará).

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