Capítulo Interestatal Coahuila-Durango de la Asociación Psiquiátrica Mexicana
(Décima séptima parte)
Etiquetas: La sal y pimienta de la vida
Las varias escuelas (quizás demasiadas) de psicología que existen en la región, y los mismos graduados que se interesen en esta área tan fascinante de ayuda a los recién nacidos y a sus padres, especialmente en los casos mencionados, tendrán que preocuparse y dirigirse con mayor dinamismo y eficiencia a las instituciones médicas. Para ello deberán contar naturalmente, con mejores bases de entrenamiento, mediante una capacitación más específica y especializada en dichas áreas, que por el momento no me parece que se les está ofreciendo en las licenciaturas.
El obtener tal tipo de entrenamiento profesional adecuado, que les permita demostrar la capacidad y calidad de sus servicios en esas áreas seguramente facilitará el que se abran las puertas en los hospitales y en las mentes de su personal. Ello les permitiría ser vistos como figuras menos amenazantes y folclóricas, y más como compañeros y colegas de trabajo en un equipo interdisciplinario, en el que los psicólogos tendrían un puesto más específico y estratégico para desempeñar sus funciones.
Me parece que a pesar de que cada día son mejores los esfuerzos y los logros médicos en la lucha por la detección y el tratamiento de este tipo de malformaciones, trastornos y enfermedades, todavía queda pendiente muchísimo trabajo por hacer, especialmente desde el punto de vista médico-psicológico con el bebé y posteriormente en seguimiento durante su proceso de desarrollo. Esa ayuda y apoyo del orden psicológico todavía no es del todo satisfactorio para llenar también las necesidades de los padres y de la familia en general. Se trata de aspectos que siguen siendo un tanto a un mucho desconocidos, rezagados, olvidados o descuidados, a pesar de la importancia que tienen.
Para quienes trabajamos en la consulta psiquiátrica de niños, adolescentes o adultos, nos es frecuente y familiar la llegada de algunos de estos individuos pertenecientes a la categoría a la que nos referimos, pero que han desarrollado secuelas a largo plazo. Muchas de tales secuelas son producto de esos primeros años de vida, durante la infancia o poco más tarde durante la adolescencia. Puede tratarse de niños o niñas, muchachos o muchachas, hombres o mujeres que presentaron desde pequeños tales malformaciones, trastornos o enfermedades a los que nos hemos referido. De acuerdo al manejo médico o quirúrgico temprano, a las actitudes de sus padres y de la familia, al temperamento del individuo, a las experiencias a las que se haya expuesto tanto en el núcleo familiar, como en el escolar y en los demás círculos sociales, a los rasgos de una personalidad que se ha ido formando, podremos encontrar un mayor o menor número de secuelas psiquiátricas para las cuales puede necesitar tratamiento.
Al hablar de secuelas psiquiátricas, de ninguna manera existe la implicación de que estos sujetos están “locos”, como fácil y comúnmente se tiende a etiquetar a las personas que asisten a la consulta psiquiátrica. Tales etiquetas reflejan nuevamente la falta de educación y de cultura sobre salud mental que existe en nuestra población, una población que aparentemente sigue aferrada a las creencias mágico-religiosas medievales, a las mentiras y distorsiones que se han mantenido por tantos siglos, y a la ignorancia y desinformación que aún prevalece en nuestra época. Estos factores van a resultar en una serie de prejuicios y tabúes sobre los diversos tipos de tratamientos psiquiátricos, que influyen negativamente y obstaculizan la posibilidad de que muchas de estas personas reciban la ayuda que requieren. Es así como las etiquetas con las que estos individuos fueron clasificados en forma popular desde niños o adolescentes en sus familias o en su ambiente, se llegan a convertir entonces en cierto tipo de estigma que los marca peyorativamente en la mayoría de los casos.
Lo peor de esta situación, no es sólo el estigma con el que ellos han debido luchar y cargar sobre sus espaldas por años o incluso por el resto de su vida, sino también la dificultad en que se traduce para estar preparados para aceptar y recibir ayuda psiquiátrica cuando es necesario. El recibir tal tipo de tratamiento, se convierte para tantos de ellos en otro estigma más, todavía más pesado y señalado, que lo define ante los demás como “un loco” que debe asistir con el psiquiatra. Ello representa entonces una doble carga para estos individuos, que tienen que enfrentar tales prejuicios convertidos en estigmas severos que los marcan, sin que en muchos de los casos cuenten con la comprensión, la ayuda o el apoyo de sus familias o de las personas que los rodean. Las etiquetas entonces se pueden convertir en estigmas onerosos y persistentes. (Continuará).