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NUESTRA SALUD MENTAL

Dr. Victor Albores García

(Décima parte)

Etiquetas: La sal y pimienta de la vida

¿Qué sucede entonces, cuando alguno de eso sueños inquietantes o una de esas pesadillas angustiosas se convierten en realidad en el momento del parto, en ese preciso instante en que los padres y el bebé se encuentran cara a cara por primera vez? ¿Qué sucede cuando este bebé no satisface el género esperado en las fantasías conscientes o inconscientes de los padres, o sus rasgos no llenan las expectativas de un modelo construido en la imaginación materna o paterna? ¿Qué sucede si el bebé no sólo no es ese bebé ideal y perfecto con el que se había soñado, sino que presenta además una enfermedad grave o uno o varios defectos congénitos importantes, que desvanecen por completo las fantasías de sus padres y los ubican en una nueva y muy diferente realidad? ¿Qué sucede entonces con esa imagen idealizada del bebé perfecto, que desaparece ahora para dar lugar a un nuevo modelo de bebé que no es el esperado, pero que sin embargo es el hijo o hija de carne y hueso que se encuentra en la cuna, frente a los ojos de mamá y de papá?

En mayor o menor grado dependiendo de muchos factores, algunos ya mencionados antes, se convertirá indiscutiblemente en una experiencia impactante y dolorosa para cualquier madre o padre, especialmente cuando se trata del primogénito. La sorpresa, ignorancia, confusión, negación y desorientación del primer momento, darán paso posteriormente a una serie de sentimientos importantes de dolor, desilusión, tristeza, enojo, resentimiento, culpa, vergüenza, desesperanza, impotencia, sensación de fracaso como madre o como padre y muchos otros más, que podrán prolongarse por un tiempo indefinido, y en algunos casos para toda la vida. Los padres podrán sentir que no cumplieron con su cometido exitosamente, que hay algo negativo o prohibido dentro de ellos o en su relación, lo cual los hace sentirse fracasados como tales, a la vez que culpables e impotentes, con una pobre autoimagen y una baja inmensa en su autoestima, a pesar del amor que lucha por surgir a la superficie, como una fuerza neutralizadora.

Existen estudios en la actualidad de parejas de padres que han tenido niños semejantes, a quienes se les ha dado seguimiento por una temporada. En ellos se ha encontrado que sufren un proceso de luto, semejante a la experiencia de haber perdido a un hijo, tal y como si éste hubiera muerto al nacer. En cierta forma, dicho concepto tiene sentido, puesto que el bebé ideal y fantaseado por los padres “murió” y se perdió, para dar lugar a uno nuevo que no era el esperado. Esta experiencia implica entonces el enfrentamiento a ese proceso de duelo y de adaptación por el que se tiene que pasar, para llegar a un punto de superación de dicha “muerte” para poder lograr la adaptación del bebé real. Este proceso se ha comparado en tales estudios al que la Dra. Elizabeth Kübler-Ross ha descrito en los pacientes terminales y moribundos y sus familiares. Allá por los años sesentas, ella en forma pionera se dedicó a investigar las actitudes y sentimientos de aquellos pacientes que habían sido diagnosticados con algún tipo de enfermedad terminal, y que por lo mismo no se les daba mucho tiempo de vida. En un proyecto muy vanguardista y novedoso para su época, tal vez todavía en el presente, ella se sentaba a entrevistarlos y a platicar con ellos para explorar tales sentimientos e ideas, un proyecto que para muchos colegas médicos sonaba poco ético y agresivo, al intervenir de tal manera en la intimidad de estos pacientes. Sin embargo, el proyecto continuó por muchos años hasta el presente, y floreció en una serie de libros que la doctora ha publicado, lo que a su vez ha popularizado en todo el mundo este tipo de estudios, facilitando el desarrollo y auge de la tanatología.

Para quienes no están al tanto de dichos estudios, aquí se presenta en forma resumida, las varias etapas que la Dra. Kübler-Ross describió en estos pacientes para llegar a la aceptación de la muerte. La primera etapa es de sorpresa y negación, en que la persona sufre un shock inicial al recibir la noticia de su diagnóstico, que no puede creer del todo y busca a otros médicos o estudios que se lo confirmen. El enojo y la rabia caracteriza a la segunda etapa, cuando el paciente se siente frustrado e irritado, de ser él o ella a quien le haya tocado ese destino. Su enojo es con Dios, el destino, los médicos, su familia, sus amistades y el mundo en general, con quienes trata de desahogar ese coraje. Para la tercera etapa en que los sentimientos han aminorado un tanto, la persona busca negociar con Dios, con los médicos o sus familiares, ya sea su cura total o una prórroga en el tiempo de vida que le resta. Sin embargo, para la cuarta etapa, el paciente tiende a caer en un estado depresivo de desánimo y desesperanza, tristeza, problemas de sueño y apetito e inclusive ideas suicidas para adelantar el proceso. Finalmente, de acuerdo a tales estudios, en la última etapa se logra llegar a un estado de aceptación de la enfermedad y de la terminación de su vida. La Dra. Kübler-Ross describió este proceso como uno que era semejante, no sólo para el paciente terminal, sino también para sus familiares, así como para los médicos que lo atendían. (Continuará).

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