Es verdad que los ex presidentes de la República deberían formular un voto de silencio o cuando menos actuar con mucha prudencia al verse en la necesidad de hablar sobre los problemas que afronta el país. Pero la libre manifestación de las ideas está por encima de cualquier límite que se les pudiera pedir; de ahí que el ex presidente Ernesto Zedillo esté en todo su derecho de decir lo que le plazca.
Si a su juicio los gobernadores que integran la Conago piden para sus estados “más dinero, pero no más responsabilidades” y eso, a su parecer, es imposible, su opinión debe ser respetada como la de cualquier otro ciudadano y no debería ser motivo para que la dirigencia del Partido Revolucionario Institucional lo atacara y culpara (ahora sí) de la crisis que vive el país, en la cual sumió a los mexicanos con el llamado “error de diciembre” del noventa y cuatro.
Es una incongruencia el hecho de que los dirigentes del PRI critiquen a Zedillo por aquel “error” que se produjo a los pocas semanas de haberse iniciado su gobierno, pues en aquel entonces lo defendieron, no sólo como Partido, sino en lo particular quienes ahora forman parte de su dirigencia, posiblemente, entre otras razones, porque lo culpan de haber sido el que primero que nadie reconoció el triunfo de Vicente Fox y entregó el gobierno.
Ese tipo de conductas tiene un nombre. Se llama: cobardía, pues lo que debieron de haberle dicho a Zedillo cuando recién iniciaba su administración se lo vienen a decir casi ocho años después cuando se encuentra fuera del poder y ya no puede dar ni quitar dádivas ni canonjías. Pero además, si consideran que tanto daño le hizo al país y al Partido, ¿por qué no inician en su contra el procedimiento para expulsarlo de ese Instituto? Incongruencias y más incongruencias.