La adulación prodiga a manos llenas el rango de genio a los poderosos. Imbéciles hay que se lo otorgan a sí mismos. Hay sin embargo una medida para apreciar la genialidad. Si es legítima se reconoce por su obra. Si es poeta, canta un ideal. Si es sabio, hace creaciones importantes que benefician a los demás. En vida muchos hombres de genio auténtico son ignorados, desestimados o escarnecidos. En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pero no cuentan con la gloria de los ingeniosos y virtuosos. El genio verdadero no necesita el aplauso. Se conoce por la eficacia de su esfuerzo o de su ejemplo que muy pocos emulan pues todos buscan el aplauso de las masas.