Para hacer el bien, decía Sócrates, basta verlo claramente. No lo hacen los que no lo ven y que no lo llevan dentro de sí mismos. La ciencia y la virtud se funden y resulta la sabiduría. El hombre más ilustrado e inteligente puede ser el más bueno aunque no siempre lo sea. En cambio, el torpe y el ignorante no pueden serlo nunca irremisiblemente. La moralidad es tan importante como la inteligencia en la composición global del carácter. Los más grandes y bellos espíritus son los que asocian las luces del intelecto con las magnificencias del corazón. La virtud es inconcebible en el imbécil y el ingenio es infecundo en el desvergonzado. El ingenioso es detestable si se pone a los pies del serviliso.