El odio corroe a las sociedades de todos los tiempos: es el problema fundamental del hombre. En nuestra vida cotidiana, escuchamos frases, como detesto levantarme en las mañanas, odio ir de compras, aborrezco ir al trabajo, y de esta manera de expresarnos se manifiesta en toda la actividad en que nos vemos envueltos. El odio en cualquiera de sus formas produce tensión y hace que cada una de las actividades de nuestra vida se vuelva pesada. El odio es el veneno del hombre. Nunca debemos justificarnos cuando ejercemos la crítica malsana, juicios duros y personales contra nuestros semejantes, en fin cuando somos indignos. Esta conducta es consecuencia del odio, aunque se disfrace de irritación o fricción. El odio es el fondo de las situaciones discordantes. ¿Qué podemos aportar con el odio sino destrucción y guerra? ¿Cómo podemos contribuir a la paz del mundo? Empecemos cerrando nuestro corazón al odio. El primer gran paso es la conquista del odio ya que es el fenómeno de mayor destrucción en el mundo. Si hacemos que el amor sea nuestra verdadera fuerza motriz, nada puede detener nuestro progreso, nuestra productividad y estaremos en la mejor forma para combatir el odio.