La necesidad constante de defenderse
Las actitudes de defensa, incluso las más pequeñas, si se convierten en hábito, suponen un empobrecimiento extraordinario. Por la necesidad constante de defenderse, puede ocurrir que el individuo llegue a ser tan débil que ya no pueda defenderse cuando sea requerido. Por ello, tenemos que aprender a reaccionar lo menos posible, porque la reacción siempre debilita. Y el que se defiende constantemente de todo, tiene un espíritu aplastado, con una proclividad a la perversidad. Defenderse lo menos posible puede convertirse en hábito sano, que nutre. Insistir en abalanzarse contra todo es una señal no de bravura sino de cobardía, de frustración, de amargura, de dolor interno, de miseria moral.