El triunfo indiscutible de Luiz Inácio Lula da Silva en la república de Brasil, plantea una nueva experiencia para la izquierda obrera en el continente Americano, pues es la segunda ocasión a lo largo de las últimas décadas que por la vía democrática un candidato surgido de esa corriente doctrinal y política ocupará el cargo unipersonal más importante de un país que como muchos otros de América, enfrenta a la extrema pobreza de su pueblo.
Con una clara intención de brindar confianza a los inversionistas nacionales y extranjeros, en su primer pronunciamiento de índole política, Da Silva hizo un llamado a los organismos internacionales, como el Fondo Monetario y el Banco Interamericano de Desarrollo, a fin de que restablezcan las líneas de financiamiento para las empresas brasileñas y para las operaciones que se realizan a través del comercio internacional.
La ostensible muestra de confianza y buena voluntad hecha por el presidente electo, no serán suficientes para lograr los apoyos que su gobierno demandará a fin de sacar adelante al país de la crisis económica por la que atraviesa, pues lamentablemente, las condiciones que suelen imponer esos organismos económicos son tan estrictas que, comúnmente, lejos de auxiliar a los países en crisis terminan por ahorcarlos, como sucedió recientemente con Argentina.
Pero además, Da Silva sabe que se ha de enfrentar hoy más que nunca por la posición omnímoda que ostenta en el continente, a la intolerancia que los Estados Unidos ejercen cuando tienen que soportar la presencia de regímenes surgidos de la izquierda, tal y como le sucedió a Salvador Allende durante la década de los años setenta, sin importarles que se haya llegado al poder por la vía democrática, toda vez que es el gobierno de aquel país, quien decide cuál gobierno es democrático y cuál no. Por lo que deberá estar preparado para todo tipo de presiones.