La canonización del fundador del Opus Dei Josemaría Escrivá de Balaguer el domingo pasado, es un hecho importante para la Iglesia Católica, porque define el proyecto de Nueva Evangelización proclamado por el Papa Juan Pablo II.
El Siervo de Dios ya elevado a los altares, nació el 9 de enero de 1902 en Barbastro, provincia de Aragón, España. Hace sus primeros estudios en Logroño, pasa a Zaragoza en donde en forma simultánea, hace estudios de Derecho y los cursos regulares del seminario sacerdotal; se doctora en Derecho por la Universidad de Madrid y en Teología Sagrada en Roma por la Universidad de Letrán.
El 2 de octubre de 1928, funda el Opus Dei como congregación secular de vida religiosa, concepto novedoso que en la Iglesia, habría de tomar forma jurídica años después, el 2 de febrero de 1947, al ser promulgada la constitución Provida Mater Ecclesia, con la que el Papa Pío XII, dotó de un estatuto jurídico a esta clase de congregaciones. A la luz del decreto mencionado, el Opus Dei recibe la aprobación definitiva del Vaticano el 16 de junio de 1950, por lo que, es el primer Instituto Secular de Derecho Pontificio.
Resulta importante mencionar los antecedentes, porque ubican a la obra de Escrivá en la Iglesia y el mundo de la segunda mitad del siglo XX y en los albores del siglo XXI. Antes de que existieran los Institutos Seculares, la Iglesia reconocía los estados sacerdotal, religioso y laical como base de su organización y de su influencia en la sociedad humana y los regulaba en forma separada mediante estructuras rígidas.
En un momento en el que las masas aparecen como protagonistas de la historia, los Institutos Seculares que incluyen sacerdotes y laicos superan el dualismo eclesial: pueblo-jerarquía y se erigen en instrumentos de evangelización acordes al mundo actual de sociedad abierta. La aparición de los Institutos Seculares a mediados de la pasada centuria, constituye una reforma a la vida religiosa de la Iglesia Católica, tan importante como en su momento lo fueron, las reformas de San Benito de Nurcia, San Bernardo de Clarabal y San Ignacio de Loyola.
El reconocimiento del Opus Dei bajo el nuevo estatuto jurídico, le permite una mayor cobertura social y una mayor movilidad dentro de las estructuras de la Iglesia, a partir de una mayor independencia respecto a la autoridad de los obispos de cada diócesis. La inclusión de sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos dentro de un mismo instituto, le da a la Obra una mayor versatilidad y penetración en la sociedad humana, al tiempo que hace imperceptible la frontera entre los asuntos de Dios y los asuntos del mundo.
A la luz de lo expuesto, se explica que el Opus Dei reciba los más grandes elogios y las más severas impugnaciones. La vieja tensión que provoca en el hombre y la sociedad, la pretendida división del poder espiritual y temporal, se resuelve en esta nueva estructura, que causa en algunos enorme devoción y en otros, oposición que se manifiesta tanto fuera como al interior de la Iglesia y que en este último caso, se expresa a través de la suspicacia, el celo y la sospecha.
Por ello la canonización de Monseñor Escrivá, ha suscitado reacciones encontradas de aplauso y crítica. La presencia de trescientos mil peregrinos que de todo el orbe acudieron a Roma a la ceremonia de canonización, es una muestra de los frutos y la presencia de la Obra en el mundo.
El Papa Juan Pablo II soporta la crítica y muestra que tiene las llaves y el poder para atar y desatar en la Tierra en el nombre de Jesucristo. Una vez más, el Papa denota prisa por concluir un proceso de canonización, frente a una Iglesia urgida de una reforma de la vida sacerdotal y religiosa y una sociedad necesitada de Santos contemporáneos, de carne y hueso, que sean ejemplo de vida cristiana.