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Otros tiempos/Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Estamos siendo chantajeados.” Vicente Fox

Era otro tiempo. Era otro presidente. Era, quizá, otro país.

El 3 de enero de 1989 el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien un mes antes había asumido el poder tras una elección cuestionada y falta de legitimidad, recibió en la residencia oficial de Los Pinos a los principales dirigentes del sindicato petrolero.

Ahí estaba Salvador Barragán Camacho, el mismo a quien Irma Serrano había acusado de perder un millón de dólares en una sola jugada en una mesa de Las Vegas. Estaba ahí José Sosa, líder formal de los petroleros. Y se encontraba también Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, un hombre de baja estatura que pese a no haber ocupado por mucho tiempo ninguno de los cargos principales era, desde la secretaría de Acción Social, el verdadero poder en el sindicato.

La visita de los petroleros a Los Pinos resultaba significativa. Para nadie era un secreto que el entonces llamado Sindicato Revolucionario de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (SRTPRM) había apostado en contra de la candidatura de Salinas. Lo había hecho en el período previo al “dedazo”, cuando favorecía a Alfredo del Mazo o a Manuel Bartlett, y también después de que el PRI había ungido a Salinas como su candidato. En la campaña el sindicato apoyó al candidato de oposición Cuauhtémoc Cárdenas.

Los abrazos del 3 de enero parecían señalar una reconciliación. Todo lo que había pasado antes era, simplemente, “política”. Ahora el presidente y el sindicato debían trabajar juntos por “el bien de México” y de los petroleros. Así se habían hecho las cosas siempre y así habrían de hacerse siempre en el futuro. El sistema de partido único no dejaba espacios para una disputa entre el presidente y el sindicato petrolero. Esto lo habían tenido que entender el predecesor de Salinas, Miguel de la Madrid, quien dentro de su campaña de renovación moral de la sociedad había tratado de eliminar los privilegios y la corrupción del sindicato, sólo para darse cuenta que ni siquiera el presidente de la República podía enfrentarse impunemente al sindicato petrolero.

Sin embargo, Salinas actuaba ya con la frialdad de ánimo, con la firmeza maquiavélica, que lo caracterizarían durante los cinco primeros años de su mandato. Apenas una semana después del abrazo de Los Pinos, en la madrugada del 10 de enero, un fuerte dispositivo conjunto del Ejército y de la PGR se movió en contra de los líderes petroleros. Sosa, Barragán y “La Quina” fueron detenidos de manera simultánea. Los cargos eran lo menos importante. Al parecer a los petroleros se les plantaron armas automáticas por lo que se les acusó de contrabando y acopio de armas. El cadáver de un agente del ministerio público apareció en la casa de Ciudad Madero de “La Quina”. Éste siempre negó que él o su gente hubiesen disparado contra el contingente fuertemente armado que esa madrugada irrumpió en su hogar. Un alto funcionario del gobierno de Salinas me dijo en una ocasión que “el cuerpo era sembrado”, pero el entonces secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios, me lo negó tajantemente.

El hecho es que no se dejaron hilos sueltos. Las instalaciones de Pemex en todo el país fueron tomadas por el Ejército. Los jefes de las 36 secciones sindicales fueron conminados a mantener la operación de las instalaciones por “el bien de México”. El gobierno encontraría en el futuro alguna manera de premiar su patriotismo. Así surgió una nueva generación de líderes. Pocos días después, sin que mediara mayor explicación, el sindicato perdió el adjetivo “Revolucionario” que anteriormente portaba en su nombre oficial.

Los amarres se hicieron también en otros niveles, Sólo dos líderes políticos importantes se alzaron en defensa de “La Quina” y de su grupo. Uno de ellos fue el dirigente de la CTM, Fidel Velázquez, quien públicamente le pidió al presidente Salinas que reconsiderara, pero que después guardó silencio ante la férrea decisión del mandatario. El otro fue Cuauhtémoc Cárdenas, cuya campaña presidencial había sido apoyada por “La Quina”.

Me queda claro que los tiempos son otros y que el país también es otro. Aunque quisiera, el presidente Fox no podría hoy tener un operativo como el que montó Salinas en enero de 1989, Pero Fox debería recordar por lo menos el cuidado con el que Salinas organizó la operación, Nada se dejó al azar. El objetivo era impedir que los líderes petroleros paralizasen el país. Ante la inminencia de la huelga del 2 de octubre, espero que Fox haya planeado las cosas con el mismo cuidado.

Dolor

La daños sufridos por Mérida y en general por Yucatán ante el embate de Isidore son gravísimos, Desde estas páginas quiero expresar mi dolor a los yucatecos en estos momentos difíciles.

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