Desde hace varios días estoy preocupada. Sé que no soy la única, que hay miles, acaso cientos de miles, acaso millones de hombres y mujeres con igual sensación de incertidumbre, de angustia. Y todo indica que así seguiremos en los siguientes días, tal vez en las siguientes semanas, mientras un puñado de personas juega una especie de esgrima verbal, de cálculos políticos y económicos, para decidir el futuro inmediato de un país y, ¡oh globalización!, del mundo.
El prestigiado analista Daniel Cazés, afirmó que con la bomba atómica lanzada a Hiroshima comenzó la Nueva Era, la de la desesperanza. Cuando lo leí, me pareció una exageración, pero de unos días para acá lamentablemente le empiezo a encontrar sentido. Cazés apunta que en 2 mil 400 años, la humanidad sólo vivió en paz 236. Luego vinieron las dos guerras mundiales y otras en el siglo XX y lo que va del XXI. ¿Qué está mal? El mismo analista, en otro artículo, señala lo que podría ser una respuesta a mi pregunta: “la paz no es negocio”, doscientos mil millones de dólares costará la guerra contra Iraq, millones que beneficiarán principalmente a los grandes empresarios de armas bélicas; igual que durante la I y II Guerra Mundial se benefició, entre otras, la poderosa casa Krupp con las campañas militares germánicas.
Yo no soy una experta en nada, cuantimenos en asuntos internacionales, y aunque no dudo que los cálculos para invadir militarmente Iraq tengan una buena dosis de razones (debería escribir sinrazones) económicas, también las hay políticas. Varios analistas señalan que tras los ataques terroristas del 11 de septiembre la popularidad en Estados Unidos del presidente George W. Bush subió como la espuma, de hecho llegó a tener en el segundo semestre de 2001 cerca del 85% de respaldo, el más alto de la historia estadounidense. Su popularidad sigue siendo alta, sin embargo ha mermado considerablemente. Los escasos resultados prácticos de la guerra emprendida unilateralmente contra Afganistán (Osama bin Laden sigue sin aparecer), los escándalos de corrupción en grandes corporaciones, entre otros sucesos, le han ido complicando su agenda política, y para colmo se acerca el tiempo de efervescencia política ante las elecciones presidenciales del 2004. Hay analistas que coinciden en afirmar que Bush necesita un enemigo con apartado postal conocido, y concluir lo que su padre inició años atrás le cae de perlas.
No lo sé, me cuesta mucho trabajo entender la lógica belicista bajo cualquier ángulo, pero me cuesta más atendiendo a cálculos económicos y políticos. Lo que sí sé es que el presidente norteamericano documenta mi desesperanza día con día. En los discursos y declaraciones que ha hecho para sustentar su deseo de invadir Iraq encuentro enormes dosis de soberbia. Y no es que piense que Hussein es una blanca paloma, es más ni siquiera me parece éticamente defendible; pero de eso a mirar con beneplácito una guerra contra Iraq hay un abismo. Lo que yo percibo, y mientras más leo al respecto más me convenzo, es que Bush está dispuesto a lanzar a sus ciudadanos a invadir Iraq pase lo que pase y le pese a quien le pese. El problema para Bush es que no les pesa a pocos y no se atreve a ir a la guerra sin una leve dosis de legitimidad. No parece que él sea un amante de la legitimidad, las solas elecciones que lo llevaron a la Casa Blanca es un botón de muestra; pero los cálculos políticos lo están obligando a ello.
Para empezar, el asunto ha provocado una importante división al interior de su gabinete, en el Congreso, en la comunidad internacional y en el seno mismo del Consejo de Seguridad de la ONU. Par terminar, las últimas encuestas señalan que la mayoría del pueblo norteamericano apoyaría una acción militar contra Iraq si la ONU lo respalda; sólo un 30% de las y los encuestados apoyaría una acción unilateral. Por ello Bush lanza lo que suena a ultimátum en la Organización de las Naciones Unidas; pero, lo que pide es un contrasentido. La ONU fue establecida, entre otros motivos, para resolver disputas internacionales a través de medios pacíficos, no para derrocar gobiernos, fin último de Bush en Iraq. Salvo Inglaterra, los tradicionales aliados de Estados Unidos no están convencidos de que Hussein en realidad tenga armas capaces de poner en riesgo la seguridad del mundo, y ven con buenos ojos la aceptación de Bagdad para que reingresen los inspectores de la ONU.
En los próximos días sabremos si Bush con, sin o a pesar de la ONU ordenará el ataque militar. No sería algo excepcional. Según el historiador norteamericano, Gore Vidal, desde 1947-48 los Estados Unidos han atacado militarmente, sin haber sido provocados, a más de 250 países. No obstante, por el momento me atengo a la sensatez de varios líderes mundiales. No es mucho, pero en la Era de la desesperanza, algo es algo para documentar mi esperanza.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com