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Parálisis

Jorge Zepeda Patterson

A todos nos gustan lo presidentes que constituyen “un antes y un después”. Un líder nacional capaz de encender el entusiasmo de la opinión pública en torno a un proyecto de país. Mandatarios que abren una nueva etapa al poner en marcha a la Nación en pos de una visión de sí misma más grande y mejor. Dirigentes que por su magnetismo o carisma hacen de sus simpatizantes verdaderos seguidores incondicionales y de sus contrarios acompañantes pasivos.

Por desgracia, Vicente Fox no es ese tipo presidente. Y sin embargo, en algún momento lo pareció, durante algunos días luego del triunfo electoral el 2 de julio del 2000. En ese verano parecía que todo era posible luego de la improbable derrota del PRI. Incluso los escépticos sentían que algo importante había terminado y que nos encontrábamos en el arranque de un nuevo orden. Fox parecía tener el carisma y la voluntad para arrastrar tras de sí a los que habían votado por él y a los que no lo habían hecho, toda vez que el PRI parecía condenado a desaparecer estrepitosamente. Pero nada de eso sucedió.

Dos años más tarde las encuestas siguen arrojando calificaciones aprobatorias de Fox pero con niveles mínimos. Muchos le siguen apoyando por lo que hizo (sacar al PRI de Los Pinos) pero difícilmente por los logros de su gobierno. Desde luego ha habido una profundización de la democracia, una mayor transparencia y un abandono de las viejas formas priistas. Para algunos es una mejor administración que las anteriores. Pero bien a bien hay muy poca sustancia que podamos festejar. No faltará el que piensa que su 1.90 mts. de estatura y la pinta de vaquero sano hacen de él un ejemplar presentable para las fotos en las cumbres con reyes y presidentes. Pero sigue siendo un consuelo muy pobre para lo que pudo haber sido y no fue.

Y justamente ese es el problema. Al comparársele con gobiernos anteriores, el de Fox saldrá bien parado en algunas cosas y mal parado en otras. Para desgracia suya la comparación que se hace es contra las expectativas y contra el potencial que tenía la ruptura histórica que representó su llegada al poder. Lo que pudo ser un sexenio fundante ha arrancado con dos años frustrantes.

No se trata de cargarle la mano a Fox. No mencionaré aquí las restricciones del entorno internacional y las dificultades con el Congreso que le impiden gobernar con un margen más amplio. Eso cuenta. Aquí simplemente me refiero a la incapacidad para construir una visión del país al que se quiere llegar. ¿Donde está la gran revolución educativa, la ofensiva vasconceliana que necesita este país? ¿El plan de comunicaciones y transportes que nos instale en el siglo 21?, ¿la revolución del campo o la reforma laboral de fondo que nos haga competitivos? Esperábamos grandes proyectos regeneradores de la Nación, y lo que estamos viendo es un grupo de personas todavía pasmadas por la responsabilidad de encabezar un ministerio.

Quizá Fox no tiene esos alcances, pero podría haberlos acuñado a través de un buen equipo. Después de todo se le da el marketing y sabe ser un buen candidato. Pudo haber sido el gran “vendedor” de una plataforma de proyectos de fondo. El problema es que no hay propuestas o ellas carecen de un contenido trascendente que saque a la gente a la calle a favor de un nuevo México.

El gabinete se ha metido a seminarios de toda índole para aprender sobre metas, misiones, objetivos y evaluaciones. Pero sin sueños ni utopías. Simplemente operan para ser eficientes, gastar correctamente su presupuesto y hacer una administración más fluida. Eso se agradece. ¿Pero donde está la visión histórica? Gobernar no es administrar una empresa privada. Más bien tiene que ver con mover la voluntad nacional en torno a un proyecto que nos haga un país mejor.

Por lo mismo voy proferir lo que será un sacrilegio para muchos de mis colegas periodistas. Con frecuencia he estado en desacuerdo con Jorge Castañeda y así lo he señalado. Pero me gustaría ver más secretarios en la línea que está siguiendo la Cancillería. Es una secretaría que hace y deshace, propone cosas, explora, enoja a algunos y entusiasma a otros. Tiene un proyecto y está decidida a llevarlo a cabo. No está dejando como otras que el sexenio se le deshoje día a día esperando hacer un papel “decoroso”.

No son tiempos para festejar una gestión “decorosa”. La mitad de los mexicanos vive por debajo de los niveles de pobreza y la desigualdad está aumentando. Es un país inviable para la mayoría de sus habitantes. No va esperar tanto tiempo. Necesita cambios y los necesita de manera drástica. No soy de los que piensan que vivimos una presidencia deplorable. Pero sí de los que creen que estamos perdiendo una oportunidad histórica. Quedan cuatro años. Finalmente son los tiempos y sus urgencias lo que hará que sea decorosa o deplorable. La pregunta es: ¿Podría todavía ser una presidencia refundante?

(jzepeda52@aol.com)

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