De todos los países de acelerado desarrollo existentes en Asia Oriental, Corea del Sur ha tenido quizás el sector estatal más hiperactivo (con excepción de los países comunistas). Las empresas estatales, incluyendo todo el sector bancario, producían el nueve por ciento del Producto Bruto Interno en 1972, o sea el trece por ciento de toda la producción no agraria. El resto de la economía se hallaba altamente regulado, a través del control estatal sobre el otorgamiento de créditos y su capacidad de premiar o castigar a las empresas privadas a través de la concesión (o negación) de subsidios, licencias y protección frente a la competencia exterior. El estado coreano estableció, en 1962, un proceso formal de planificación que tuvo por consecuencia una serie de planes quinquenales que han regido la dirección de la estrategia general de inversiones en el país. En vista de la alta incidencia de la relación entre activos y pasivos de las corporaciones coreanas, el acceso al crédito fue la clave para gobernar la economía en tu totalidad y, de acuerdo con lo expresado por un observador, “todos los empresarios coreanos, incluso los más poderosos, han tomado conciencia de la importancia de estar en buenos términos con el gobierno, a fin de asegurar la continuidad de su acceso a créditos y evitar el acoso por parte de los funcionarios impositivos.
Hasta ese punto, el comportamiento del Estado coreano no pareciera diferir mucho del que mostrara el de Taiwán. Este último país tuvo un sector estatal aún más grande y el gobierno era el propietario de todos los bancos comerciales y, sin embargo, su economía era dominada por los productores medianos y pequeños. La diferencia clave entre Corea y Taiwán no fue el grado de participación estatal en la economía, sino su dirección. Mientras que el gobierno del Partido Nacional del Pueblo (Kuo Min tang) de Chiang Kai-shek no quería fomentar la creación de grandes empresas que algún día pudieran convertirse en competidoras del partido político, el gobierno coreano, bajo el mandato de Park Chung Hee buscó crear grandes empresas líderes nacionales que, según esperaba, competirían con las “keiretsu” japonesas en los mercados mundiales. Park –eso era obvio– tomaba como modelo a otros revolucionarios políticos como Sun Yat Sen, Ataturk, Nasser y los gobernantes meiji de Japón. Es evidente que compartía algo de la fijación leninista con la gran escala, y estaba convencido de que ésta era un componente indispensable de la modernización. Como explicó en su manifiesto autobiográfico, al principio deseaba crear “millonarios que promovieran la reforma (de la economía) y alentar así el “capitalismo nacional”. Mientras que los planificadores taiwaneses se contentaban con crear las condiciones macroeconómicas y de infraestructura necesarias para un rápido crecimiento, el régimen de Park intervino en forma microeconómica para alentar a determinadas empresas y fomentar determinados proyectos de inversión.
El gobierno coreano una cantidad de mecanismos diferentes para alentar el crecimiento de sus empresas. El primero y más importante fue el control de los créditos. Al contrario de lo sucedido en Taiwán, donde se aplicó una política de altas tasas de intereses para estimular el ahorro, el gobierno coreano volcaba sus fondos a las grandes “chaebol” en su esfuerzo por fortalecer su posición competitiva en un nivel mundial. Este crédito muchas veces se otorgaba a tasas de interés real negativas, hecho que explica en gan medida la expansión de esos conglomerados, contra viento y marea, hacia áreas de negocios en los que tenían una experiencia limitada. La proporción de los denominados “préstamos políticos”, es decir préstamos dirigidos explícitamente por el gobierno hacia firmas específicas, aumentaron del cuarenta y siete por ciento de todos los préstamos en 1970 al sesenta por ciento en 1978. El gobierno también tenía la posibilidad de manipular los mercados crediticios, como sucedió con el Decreto de Emergencia de 1972 para el control de los límites de préstamos comerciales cuyo objetivo era beneficiar a las empresas grandes en detrimento de las pequeñas y medianas.
FRANCIS FUKUYAMA. CONFIANZA. EDITORIAL ATLÁNTIDA Impreso en Madrid, España 1996.