Nosotros Las palabras tienen la palabra VIBREMOS POSITIVO Eventos

Parrafos Diversos

Por Hemilio Herrera

La historia de los Dawson: ésa es mi historia. A pesar de no tener a mi abuela y bisabuela aquí conmigo, conozco de memoria la historia de los Dawson. Les contaré el resto.

No teníamos dinero para comprar madera, pero mi padre traía arrastrando los restos de la serrería. Como teníamos una mula, no nos costó nada. La cabaña tenía tres habitaciones pequeñas y un retrete detrás, a poca distancia de la casa. Había una cocina, un cuarto para dormir y un granero en la parte de atrás donde guardábamos el algodón y tejíamos. Yo nací en esa cabaña en 1898, el primero de cinco hijos.

No teníamos casi pertenencias, pero nos teníamos el uno al otro y nadie nos dijo que éramos pobres. Nunca me sentí solo; desde que tengo uso de razón, hasta las mañanas más frías cuando el fuego del hogar se había consumido, me despertaba bajo una manta siempre con hermanos y hermanas a mi lado. Nos manteníamos calientes y cómodos en aquella cabaña.

Yo era el mayor de todos los hermanos, pero me gustaba ser el primero en levantarme. Cuando era invierno, el suelo de tierra estaba frío, pero me ponía cerca de la estufa. Mi madre me daba un abrazo. Cuando me había calentado me tocaba el hombro y me decía: “¿Te vas a quedar mirando el fuego todo el día, o nos ponemos a preparar el desayuno?”.

Ella tenía razón. Mientras la cabaña permanecía a oscuras, me encantaba pasar el rato mirando las llamas. Me daba calor tanto por dentro como por fuera. Pero me reía cuando mi madre me pasaba el cubo; el pozo estaba fuera.

Para mí el invierno era la mejor época del año. Recuerdo que todavía era de noche cuando salía a buscar agua al pozo. Si el cielo estaba despejado, podía ver las estrellas o la Luna. Mi padre ya se encontraba en el granero o trabajando en el campo. El pozo no estaba muy lejos, pero me quedaba junto a la casa hasta que mis ojos podían ver en la oscuridad. Como la madrugada era el mejor momento de caza para los coyotes miraba al gallinero. No me acercaba a las pilas de leña, porque cuando hacía frío, las serpientes de cascabel se refugiaban entre los troncos.

Iba con cuidado con esos reptiles. La abuela me contó un cuento de cómo una serpiente de cascabel mordió a un temporero. Levantaba las manos y extendía los brazos para mostrarme hasta dónde se le había hinchado la pierna en una sola noche. Me dijeron que tuvieron que cortarle ese miembro, pero pese a ello el tipo murió. A mi abuela no le gustaban las serpientes.

Yo le prometí a mi abuela que me mantendría alejado de esos reptiles, pero a mí me asustaban. Descubrí que cuando veía una serpiente y no la sorprendía, podía quedarme quieto observándola. Me gustaba hacer eso, quedarme ahí estudiando el comportamiento de las serpientes. Si no las asustaba y seguía con lo mío, no me molestaban. Pero, por supuesto, nunca se lo conté a mi abuela.

La mayoría de la gente, si veían una serpiente de cascabel y tenían una escopeta a mano, intentaban cazarla. Quienes la han probado dicen que sabe a pollo. Pero algunos te dirán que cualquier cosa te sabe a pollo. Nadie dice que un pollo sabe a serpiente de cascabel. A ver si alguien puede explicarme por qué.

Cuando de madrugada seguía a oscuras, no podía ver el fondo del pozo. Dejaba caer el cubo atado a una cuerda, y el ¡plas! Del cubo cuando daba con el agua siempre sonaba más fuerte si era de noche. No sé por qué, pero así era.

El pozo lo cavaron antes de construir la cabaña. Todos en la familia colaboraron en este trabajo: mi padre estaba abajo, cavando, y mi madre o la abuela o la bisabuela bajaba y sacaba los cubos llenos de tierra, de uno en uno. Se iban turnando. Y cuando mi padre se cansaba de cavar, entonces mi madre bajaba y lo relevaba.

Por supuesto, bajar era fácil, pero a medida que el pozo se hacía más profundo, resultaba cada vez más complicado conseguir sacar a alguien de allí abajo. El pozo tendía una profundidad de siete metros. Tuvimos algunos veranos muy duros, pero no recuerdo que se haya secado más que en un par de ocasiones. Cuando eso sucedía teníamos que bajar a buscar agua al arroyo.

De pequeño, el peso del cubo me hacía inclinar hacia un lado y golpeaba contra mi pierna. Tenía que parar y descansar de camino a la casa. Pero siempre lo hacía solo. Aunque tampoco teníamos a nadie más que me pudiera ayudar. Recuerdo que mi madre siempre me sonreía cuando le daba el cubo y me decía: “Ahora ve a ayudar a tu padre. El desayuno no estará hasta que amanezca”.

“LA VIDA ES HERMOSA”. GEORGE DAWSON/RICHARD GKAUBMAN. Traducción Martín Perazzo. Ediciones Granica, S.A. México 2002.

Leer más de Nosotros

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Nosotros

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1747

elsiglo.mx