César, después de haber animado a la legión décima, viniendo al costado derecho, como vio el aprieto de los suyos, apiñadas las banderas, los soldados de la duodécima legión tan pegados que no podían manejar las armas, muertos todos los centuriones y el alférez de la cuarta cohorte, perdido el estandarte; los de las otras legiones muertos o heridos y el principal de ellos Publio Sextio Baculo, hombre valerosísimo, traspasado de muchas y graves heridas sin poderse tener en pie; que los demás caían en desaliento y aun algunos, desamparados de los que les hacían espaldas, abandonaban su puesto hurtando el cuerpo a los golpes; que los enemigos, subiendo la cuesta, ni por la frente daban treguas ni los dejaban respirar por los costados, reducidos al extremo, reducidos al extremo sin esperanza de ser ayudados; arrebatando el escudo a un soldado de las últimas filas (que César se vino sin él por la priesa), se puso a la frente, y nombrando a los centuriones por su nombre, exhortando a los demás, mandó avanzar y ensanchar las filas para que pudieran servirse mejor de las espadas.
Con su presencia, recobrando los soldados nueva esperanza y nuevos bríos, deseoso cada cual de hacer los últimos esfuerzos a vista del general en medio de su mayor peligro, cejó algún tanto el ímpetu de los enemigos. Advirtiendo César que la legión séptima, allí cerca, se hallaba también en grande aprieto, insinuó a los tribunos que fuesen poco a poco reuniendo las legiones y todas a una cerrasen a banderas desplegadas con el enemigo.
Con esta evolución sosteniéndose recíprocamente sin temor ya de ser cogidos por la espalda, comenzaron a resistir con más brío y a pelear con más coraje. En esto las dos legiones que venían escoltando los bagajes de retaguardia, con la noticia de la batalla, apretando el paso se dejaban ya ver de los enemigos sobre la cima del collado. Y Tito Labieno que se había apoderado de sus reales, observando desde un alto el estado de las cosas en los nuestros , destacó la décima legión a socorrernos. Los soldados infiriendo de la fuga de los caballos y gastadores la triste situación y riesgo grande que corrían las trincheras, las legiones y el general, no perdieron punto de tiempo.
Con su llegada se trocaron tanto las suertes, que los nuestros aun los más postrados de los heridos, apoyados sobre los escudos, renovaron el combate; hasta los mismos furrieres, siendo consternados a los enemigos, con estar desarmados se atrevían con los armados. Pues los caballos a trueque de borrar con proezas de valor la infamia de la huída, combatían en todas partes, por aventajarse a los soldados legionarios.
Al tanto los enemigos, ya sin esperanza de vida, se portaron con tal valentía, que al caer de los primeros , luego ocupaban sus puestos los inmediatos, peleando por sobre sus cuerpos; derribados éstos y amontonados los cadáveres desde los cuales como de parapeto nos disparaban los demás sus dardos, recogían los que les tirábamos y volvíanlos a arrojar contra nosotros; así que no es maravilla que hombres tan intrépidos osasen a esguazar un río tan ancho, trepar por ribazos tan ásperos y apostarse en lugar tan escarpado, y es que todas estas cosas, bien que de suyo muy difíciles, se las facilitaba su bravura.
CAYÓ JULIO CÉSAR. COMENTARIO DE LA GUERRA DE LAS GALIAS. EDICIONES AGUILAR. COLECCIÓN CRISOL. 1962.