LLa carrera presidencial está en marcha y entre las novedades está el tamaño de la popularidad del Jefe de Gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador. Su principal problema está en su base de sustento, en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Hay un cierto consenso sobre las razones tras la popularidad de López Obrador: porque madruga está en los medios informativos, por sus programas populistas se ganó la lealtad de grupos vulnerables olvidados, por cortejar a poderosos empresarios se ha corrido al centro ideológico, y por su control de las rijosas tribus perredistas demuestra las virtudes de un taumaturgo.
Es posible cuestionar algunos de sus métodos, pero el hecho es que las tasas de aprobación que alcanza obligan a preguntarse sobre sus posibilidades. Para empezar ya superó las tasas de aprobación que tuvieron otros gobernantes perredistas en la capital. Según encuestas del Centro de Estudios de Opinión Pública, aparecidas en diferentes números de una publicación del DF, Cuauhtémoc Cárdenas empezó con 65 puntos su gestión como gobernante capitalino -diciembre del 97—, pero un año y medio después ya había perdido 35 puntos. Rosario Robles se recuperó y llegó a un 56 cuando dejó el cargo a finales del 2000. López Obrador está terminando el 2002 con cifras que rondan el 70 por ciento de aprobación y su presencia nacional sigue creciendo. La octava encuesta nacional un diario de la capital (levantada entre el 15 y el 19 de noviembre) muestra que Marta Sahagún y Andrés Manuel se disputan el primer lugar (la primera tiene un 55 por ciento de opiniones favorables, el segundo un 52). Así pues, “El Peje” se encuentra en una situación envidiable que puede mejorar si el próximo año traduce esa aceptación en votos a favor de su partido. Un refrán sajón bastante conocido dice que “nada tiene más éxito que el éxito”. La moraleja que sugieren es que cuando un político engarza victoria tras victoria genera a su alrededor un clima propicio para el desaliento de sus competidores y el entusiasmo de sus seguidores. Los fríos números tienen al peje gobernante delante de sus competidores al interior del partido del sol azteca.
El gobernador de Zacatecas, Ricardo Monreal, no logra la densidad suficiente, pese al apoyo que recibe de los muchos amigos que tiene en el estado (“Epicentro 2006” —agrupación que lo respalda no logra insertarse nacionalmente). Rosario Robles, presidenta del PRD, está actuando con mucha cautela lo que bien puede deberse al tiempo que dedica a los múltiples zurcidos que necesita su partido.
Estaría, finalmente, el líder moral del PRD: Cuauhtémoc Cárdenas. Pese al entusiasmo que ha causado el efecto Lula que desde Brasil alienta a las izquierdas del continente, el entusiasmo perredista hacia Cárdenas es más bien flaco. El último número de una revista capitalina del ocho diciembre 2002, está dedicado a discutir las posibilidades del ingeniero Cárdenas. A 18 dirigentes perredistas les preguntaron si le recomendarían a Cárdenas lanzarse a “buscar la cuarta candidatura a la presidencia”. 17 se refugiaron en las ambigüedades lingüísticas para evitar pronunciarse a su favor; entre esas joyas del metalenguaje político estarían: “ni recomendaría ni no recomendaría”, “no soy la persona adecuada para opinar”, “él debe decidirlo y determinarlo”, “recomendárselo ahorita se me hace un exceso”. Sólo el diputado federal guerrerense Félix Salgado Macedonio se soltó las trancas para lanzarse a declarar que él “sí le diría que volviera a participar”. En relación a Cuauhtémoc, Andrés Manuel tiene como ventaja adicional la posibilidad de conjuntar una amplia coalición político-social de las fuerzas de izquierda social que todavía siguen desencantadas con los magros frutos entregados por el partido del sol azteca. Por las tendencias centrífugas de la vida política nacional, una amplia coalición de izquierda parece ser la mejor posibilidad para alzarse con la victoria electoral frente a los otros partidos (en especial Acción Nacional que muestra una gran consistencia).
En estos momentos el reto principal que tiene Andrés Manuel no está en sus adversarios, sino en el estado en que se encuentra el PRD. Por las irregularidades y los fraudes que acompañaron la última elección de dirigentes, el VII Congreso Nacional estableció una “Comisión para la Legalidad y la Transparencia” presidida por Samuel I. Del Villar e integrada por María Teresa Juárez de Castillo, Miguel Ángel García Domínguez y Rubén Rocha Moya. El “Informe Final” fechado el 30 de octubre de este año es fascinante e inquietante, esperanzador y deprimente. La Comisión recibió el mandato de esclarecer aquello que provoca que “los procesos electorales internos (del PRD) estén plagados de irregularidades, (y de) fraudes electorales”. La Comisión identificó un buen número de razones: “desorganización y vacío institucional”; falta de “profesionalismo e imparcialidad” de los organismos encargados de organizar el proceso y atender las quejas; pésima “conducta de los miembros del Partido y, sobre todo, de sus dirigentes”; y una cultura institucional caracterizada por “los antivalores de la irracionalidad, el desorden, la violencia, la corrupción, la simulación para impedir involuntaria o dolosamente (el derecho al sufragio, para) obtener o intentar obtener posiciones y puestos de representación partidista con base en su defraudación”.
El documento concluye con una advertencia que no deja lugar a las dudas: “hasta ahora se ha eludido abordar y resolver las causas de fondo de la defraudación interna con un deterioro evidente para el partido en el contexto político nacional. Si, en esta ocasión, la defraudación se consolida, por encima de lo resuelto por el Congreso Nacional, todo permite pensar, siguiendo la tendencia histórica, que ello sería fatal para el Partido de la Revolución Democrática en la próxima renovación de su dirigencia y en su participación en las elecciones constitucionales incluyendo las previstas para el 2006”. Este documento plantea un dilema terrible para la dirigencia perredista. Seguir al pie de la letra sus recomendaciones obligaría a anular varias elecciones estatales, lo que podría llevar a la repetición de todos los comicios lo que, evidentemente, no es deseable para la organización y su dirigencia que, gradualmente, va metiendo el orden al interior de esa organización. Tal vez por ello, cuando el Informe Final fue presentado, la actitud de los jerarcas perredistas fue de cautela que ilustra la frase de uno de los actuales dirigentes: “ya hablaron los juristas, ahora tienen que hablar los políticos”. La afirmación sugiere que el camino que seguirá el PRD será el de una pragmática indiferencia. Si el PRD no se refunda en serio, se lastiman las posibilidades de Andrés Manuel como candidato a la presidencia.
Falta mucho tiempo para el 2006, y en los próximos meses veremos la ofensiva de los opositores de Andrés Manuel que buscarán desinflarlo. También existe la posibilidad de que el “Peje” cometa algún error grave o que cualquier contingencia desbarranque su arrastre. Aceptando la dificultad de hacer predicciones, hacía tiempo que no aparecía en la izquierda una figura con tanta aceptación. Si López Obrador sobrevive unos años en la jungla política, no debería descartarse la posibilidad de un Peje presidente.
La miscelánea
La nueva polémica viene de la intención de la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados de que se aprueben modificaciones a la Ley General de Salud en temas vinculados a la clonación de células humanas. Están llegando al extremo de prohibir la investigación con fines terapéuticos lo que ya es permitido en Gran Bretaña y Bélgica. Las diferencias tienen tal intensidad, y algunos legisladores exhiben tanta ignorancia, que lo más aconsejable es que el Congreso evite las prisas y se tome el tiempo necesario para convocar a la comunidad científica y ventilar un asunto que no pueden, ni deben aprobar a la ligera.
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