Adán y Eva ni se enteraban, gracias al buen clima del Paraíso, que andaban desnudos; ni siquiera después de la manzana se dieron cuenta. No fue sino hasta que el Señor les hizo verse así, al decirles: “¡Sinvergüenzas!, ¡A ver si al menos se ponen sendas hojas de parra donde deben!”. Y se las pusieron, porque para entonces ya habían aprendido dónde tenían que ir.
¿Serían nuestros primeros padres feos o bonitos, vaya usted a saber. A nosotros nos los dieron a conocer bien parecidos y así los aceptamos; pero, pudieron haber sido toscos, cuando menos, como primeras obras, ¿por qué no?
De todas maneras, tuvieron que correr muchos siglos para que los griegos se encapricharan con la belleza y, tras largos años de impulsarla entre los jóvenes, en los gimnasios, la consiguieron. Todo es cuestión de ser tenaces, como las “güeras” de esta época que han impuesto la suya, que consiguieron la suya a base de dietas alimenticias.
Praxiteles fue el que dijo la última palabra acerca de un tipo de belleza que se impuso por siglos y fue el primero que representó desnudas a las mismas diosas. Tomó como modelo a Friné, cortesana hermosa por sus cuatro costados, quien acusada de haber revelado los misterios Eleusinos, fue absuelta cuando su defensor exhibió su desnudez ante el tribunal. Y a todos los asistentes: público, fiscales, abogados y jueces se les vinieron abajo los maxilares.
En fin, estamos en esto porque ahora, no sólo a las que participan en los concursos de belleza y más o menos dan el kilo, sino todo mundo, según parece, ha venido tomando la desnudez como un argumento para ganar causas que, a veces no tienen por dónde defenderse.
Ayer, digo, el jueves pasado, pues esto lo escribo el viernes, algo así como veinte mujeres y no sé cuantos hombres, porque ahora los hombres también le han entrado a la encueradez, se pusieron como su madre los echó al mundo, frente a las puertas del Senado, impidiendo con ello el paso de los legisladores (la foto correspondiente las presenta frente a Diego Fernández de Cevallos) que ni caso les hace por la sencilla razón de que no son unas Frinés ni cosa parecida. Es decir, que la desnudez va de desnuda a desnuda, como el oro, que no es todo lo que brilla.
Antes de que crezca esta moda o estilo de argumentación, es bueno que las autoridades correspondientes busquen la forma de detenerla, castigando a los que se encueren en plena calle. Cuando la desnudez no va unida a la belleza es una inmoralidad y la inmoralidad es castigable en todas partes y no va a ser México la excepción que confirme tan antigua regla. Y no es porque sean campesinos ni mucho menos sino porque no todos los que se encueraron fueron, al menos, jóvenes, no; eran de todas las edades y algunas de ellas y de ellos, viejos. Y, por amor de Dios, al menos éstas y éstos, como diría nuestro señor Presidente, deberían respetar sus edades y no exhibir sus arrugas, ¿pues, qué más podían exhibir?