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Pequeñeces / Los que se van

Emilio Herrera

Los que se van, un día llegaron no sólo con la confianza de todos sino también con la esperanza de los torreoneses. Se esperaba de ellos que estimulados por lo que los que entonces salían habían hecho, en plan de revancha los emparejaran y luego les sacaran delantera. No eran para tanto. Sería porque, contra lo que se ha querido creer por muchos años, para el político no es exacto que la patria o su ciudad sea lo primero, y lo cierto sea que como a cualquiera o como a todos lo más importante sea él mismo, su conveniencia o su carrera si ustedes quieren. La cuestión es que quien encabezaba a su grupo no quiso esperar a concluir su ejercicio y se fue a buscar otras oportunidades. Primero es lo primero, y en su caso lo primero fue él.

Los que quedaron han hecho lo que han podido. No se puede pasar de segundón a príncipe sin pagar el precio. Tampoco se les puede pedir más. Sin tiempo y, según dicen, sin dinero, y acaso sin carácter, sólo un milagro podía salvarnos. A ellos y a nosotros no nos quedó sino esperar. Y aquí estamos, lamentándonos, cosa que hacemos muy bien, esperando confiados en que no hay plazo que no se cumplía ni fecha que no se llegue, o al revés, que da lo mismo.

Al parecer, a los suplentes se les ha venido haciendo más largo que a nosotros la espera, pues sin obras no hay por dónde pellizcar nada extra. Su máxima esperanza está puesta en los aguinaldos y en ese ya famoso bono de marcha en el que la mayoría cifra sus esperanzas. Por supuesto ese bono de marcha es algo así como el conejo que sale del sombrero del ilusionista o la carta que el jugador se saca de la manga del saco en caso de apuros. El aguinaldo está bien, les está permitido hasta a los que no creen ni en el Niño Dios ni los belenes, pero, ¡oiga usted, el bono de marcha, ¡por sólo irse!, cuando hubiera sido una bendición que algunos de ellos se hubieran ido desde el primer año y, sin embargo, los aguantamos su tiempo completo . . .

Y no es el caso este año de que ?tanto más o tanto menos no nos hace ni más pobres ni más ricos?, no; este año no es cuestión de darlos o no, es más que eso: es cuestión de justicia. Cada día se acercará más el momento en que habrá de decidir a quién dar esa suma: ¿a los que todo el año se les pagó su sueldo y en diciembre se les dará su aguinaldo, o a los pobres de nuestra ciudad, a quienes, por una parte, no se les puede ofrecer empleo y, por otra, les amenaza un invierno que se viene anunciando muy severo? Este es el dilema.

Y no creo que haya que pagar a nadie porque se vaya cuando su tiempo se ha acabado, y la fecha de ello todos la sabían desde el principio. Si guardaron o no guardaron para este momento, es cosa de cada quién, no tienen de quién quejarse y menos de exigir. Estoy seguro de que si cada uno de los regidores toma papel y lápiz y comienza a echar números acerca de lo que tenía cuando llegó, y lo que tiene ahora, con lo que le haya dejado a estas fechas el año de Hidalgo o no, de inmediato se dará cuenta de que no tiene de qué quejarse, y de que, con bono o sin bono, podrá seguir tirando hacia delante bastante bien. Deje, pues, su valor, generosamente, a los pobres. No lo vaya a castigar Dios.

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