Cualquiera que haya viajado, su primer viaje lo hizo con la imaginación, a solas, como si fuera un delito. Luego, adivinando en otro la misma inclinación, lo convirtió en palabras, para deleite de ambos.
Lo mejor de los viajes es su planeación, que es cuando se puede lograr que todo en ellos salga bien. John Ruskin, inglés y crítico de arte que murió en 1900, a caballo hizo algunos de sus viajes, tomando nota de sus observaciones de la naturaleza en pequeños papelitos que se prendía con alfileres en las solapas. Decía que no viajaba por tren por haber visto que quienes así viajaban llegaban a sus destinos llenos de polvo y de estupidez.
Alberto Maya (QPD) y yo planeamos, juntos con su Rosita y mi Elvira, nuestro primer viaje a Europa para “dentro de un año en tal fecha”, que jamás hicimos juntos sino cada pareja cuando pudo. Pero, nadie podrá quitarnos un año de reuniones nocturnas semanales para planearlo. Adquiríamos lecturas sobre los países que visitaríamos, con preferencia ilustradas. Si algunos de nuestros amigos volvían de ellos, les pedíamos los catálogos de los museos, de tal manera que llegamos a saber con qué esculturas íbamos a tropezar primero al entrar al Louvre, o donde veríamos colgado el pequeño cuadro de la Mona Lisa, lo mismo los salones del Prado donde encontraríamos a Velázquez o a Goya. Y así por el estilo.
Pensábamos entonces que lo único que se necesitaba para viajar era dinero, porque tiempo de una manera u otra se tendría por vacaciones o por permiso, hasta que llegamos a tenerlo cuando queríamos.
Pero, resulta que el último viernes mi amigo Manuel me comentó que estaba tratando de hacer lo que posiblemente sería su último (aunque, arrepintiéndose se retractó diciendo: “bueno, el penúltimo”) viaje a España. Insistiendo sobre el tema llegamos a la conclusión de que el problema de los viajes no son ni el dinero ni el tiempo, sino las piernas. Mientras se pueda caminar, los viajes pueden hacerse; pero, cuando ya no se pueda caminar lo mejor es quedarse en casa, donde se puede seguir viajando, como al principio, con la imaginación.
Y no se crea que viajes de esta naturaleza son poca cosa: Ahí tiene usted a Shakespeare, quien, que se sepa, no fue un gran viajero y, sin embargo, en sus obras nos llevó de un lado a otro. De Chesterton, se dice que los únicos viajes que hacía, eso sí, diariamente, eran los que lo llevaban, y traían, de su casa a la cantina.
Muchos de los que han tenido la oportunidad de viajar con frecuencia por todo el mundo, acaso por no prepararse para ello, cuando se les pregunta por lo que vieron, acaban de adherirse a aquel que dijo: “Todo es como se lo figura uno, pero peor.”
Excepcionales son aquellos que, como Zeferino Lugo, no paran de viajar, por todos los medios, menos a pie; en todos lados se comunica con sus indígenas, dejando en ellos su recuerdo y se trae, en cambio, nuevos amigos.