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Plaza pública/Cocaína a bordo

Miguel Ángel Granados Chapa

A media mañana del miércoles pasado, en el aeropuerto de Monterrey fue descubierto un cargamento de 40 kilos de cocaína. Envuelta en papel de aluminio, la droga estaba escondida en dos paquetes de periódicos, documentados para su envío a San Antonio y Chicago. Se trataba de ejemplares de El Norte, el diario publicado por Editora El Sol, que desde hace ochenta años tiene significativa presencia en aquella ciudad y de cuyo impulso surgieron los diarios Reforma, de la ciudad de México, Mural, de Guadalajara, y Palabra, de Saltillo.

A nadie asombra la utilización de cualquier escondite para ocultar estupefacientes y eludir la vigilancia policiaca. Personas se alquilan como burros, según se llama en la jerga del hampa a quienes transportan droga, a veces en su aparato digestivo, que debe ser evacuado con premura para evitar la acción destructiva de los narcóticos. Camiones de carga son utilizados para que paquetes prohibidos crucen fronteras entre pencas de plátano, muebles de mimbre, televisores maquilados o repuestos para automóviles. El sentido común y el criterio policiaco inducen a suponer que la carga ilegal no fue incluida desde su origen en el escondite, porque una empresa establecida es fácilmente investigable y aun empleados infieles no se arriesgan a prácticas que pueden ser descubiertas sin dificultad.

El gobernador de Nuevo León, Fernando Canales Clariond, en cambio, se permitió suponer que algo sabrían los editores de El Norte del envío de droga a los Estados Unidos. “Un dueño debe saber lo que pasa en su casa”, aventuró, sin dar cabida a la posibilidad lógica de que los paquetes de ejemplares hubieran sido formados fuera de las instalaciones de El Norte, como ya verificó la Procuraduría General de la República.

La comprobación resultó sencilla. Bastó comparar el modo de empaquetar, y los materiales utilizados para hacerlo, en las piezas que se pretendió remitir a Estados Unidos y la manera como se hace en los talleres del diario. Su departamento de circulación había ya puntualizado el jueves que las rotativas producen 15 ejemplares por segundo e inmediatamente que son disparados por las máquinas de imprimir, de modo automático se forman paquetes prensados hidráulicamente, flejados en cruz y envueltos en la película de material plástico llamada “strechet”, la misma con que en los aeropuertos se ofrece envolver equipaje para mayor seguridad. Ese proceso, precisó el periódico, “es parte de una línea de producción industrial de alta velocidad, volumen y repetibilidad, por lo que es imposible hacer cortes especiales o colocar algo en medio de un paquete”. Suponer lo contrario, añado por mi parte, requeriría superar la dificultad de identificar los paquetes que se formaran con carga adicional, para conseguir el propósito de enviarlos a donde los reciba quien distribuye la droga. En ese supuesto, el ocultamiento de la droga se lograría más eficazmente si los paquetes respectivos formaran parte de los envíos documentados directamente por la empresa editora. Eso no ocurrió así con la carga decomisada el miércoles, que llegó a una transportadora que los editores de El Norte no utilizan para mover su paquetería.

La ligereza del gobernador al implicar a ese diario en una operación delictuosa es seguramente sólo un apresuramiento en el juicio, una respuesta mecánica a una pregunta trivial en una conferencia de prensa rutinaria. Sería muy grave que incomodidades gubernamentales con la actuación de un medio de prensa explicaran el atrevimiento de insinuar dónde se ubica el origen de un delito. Sería todavía más grave que lo dicho fuera parte de una maniobra que incluye escoger paquetes con ejemplares de ese periódico para envolver droga prohibida no sólo para permitir su transporte sino, como ocurrió, para desprestigiar al diario cuando los paquetes fueran decomisados.

Del narcotráfico todo puede esperarse. Amén el daño directo que infiere a la sociedad al estimular el consumo de estupefacientes que envenenan la vida de quienes los utilizan y de sus familias, además de la criminalidad organizada a que obliga la clandestinidad del comercio de drogas, los efectos perniciosos del narcotráfico minan la convivencia, esparciendo dudas y sospechas por doquier. Los medios de información son un blanco predilecto de esta derivación perversa de un negocio que lo es intrínsecamente. La operación ideal para los mercaderes de la muerte es hacerse de medios que puedan protegerlos, o comprar a periodistas que se conviertan en sus voceros o silencien su actividad. Si esas acciones no surten efectos, la intimidación sugerida o puesta en práctica con violencia ocupan el lugar de aquéllas. Jesús Blancornelas es ejemplo, en más de un sentido, de cómo puede cebarse en una persona la agresividad letal del narcotráfico, si bien tuvo la dicha de vivir para contarlo.

Hace años un abogado de narcotraficantes, ocultando ese carácter, pretendió participar en la operación mercantil con que el diario La Jornada estableció su taller de impresión. Tuvo el descaro, o el descuido, de enviar su aportación en efectivo: dólares en billetes de baja denominación. Y de ese modo la maniobra quedó frustrada. El diario sonorense El Imparcial, de probidad sin tacha, fue acusado por un funcionario policiaco federal de haber recibido dinero del narco Caro Quintero. Tuvo que disculparse por su falsía. Y ahora, droga en paquetes de El Norte. Cuidado con la narcoperversidad y con las declaraciones que le hacen el juego.

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