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Plaza pública/Comercio Justo

Miguel Ángel Granados Chapa

Entre muchas, las dolencias mayores de la humanidad, crecientes ambas, son la pobreza y el deterioro del medio ambiente. A menudo están unidas y se retroalimentan: los pobres, librados a su suerte, se ven en el dilema de expoliar a la naturaleza o morir, y generan de ese modo, si eligen el primer camino, la consumación del segundo, pues en un círculo vicioso un hábitat sobreexplotado no tarda en generar nueva pobreza. Como un modo de enfrentar simultáneamente ambos problemas ha surgido la iniciativa llamada Comercio Justo. Se trata de un acuerdo entre productores y consumidores conscientes, que suprimen casi por completo la intermediación entre ambos extremos y que están dispuestos al beneficio común. Aunque no es el primer proyecto que tiende a mejorar las condiciones de vida de los productores rurales de los países pobres mediante apoyo no asistencialista de los países ricos, Comercio Justo se distingue de las demás porque apela a la dignidad y capacidades de quienes producen y a la conciencia de quienes adquieren el fruto del trabajo de aquéllos.

La experiencia, que comprende ahora decenas de países en uno y otro lado de la cadena, se inició modestamente con un proceso de organización de caficultores oaxaqueños. En octubre de 1982, 150 campesinos (zapotecas sobre todo, pero también mixes, mixtecos y chontales) se reunieron al terminar la cosecha de café. Examinaron, con el auspicio de un sacerdote holandés, las condiciones de su trabajo y su mercado, y trazaron las rutas para mejorar su suerte. El padre Frans VanderHoff (ahora llamado Francisco, como señal de su aclimatación en México), miembro de una familia de granjeros holandeses, había llegado a la diócesis de Tehuantepec en 1980 —regida por el obispo Arturo Lona—; y dedicado al trabajo rural con sus propias manos comprendió las causas de la pobreza ambiental. Propició un proceso de organización que comenzó con la eliminación de intermediarios. Cuando la practicaron por primera vez, en vez de 25 centavos de dólar por kilo, recibieron 95, si bien aportaron doce para los gastos y un fondo de previsión. Llegaron a constituir la Unión de Comunidades Indígenas de la Región del Istmo. No lo hicieron sin la oposición de los coyotes y caciques que se beneficiaban de aquel diferencial. En los años ochenta 37 miembros de la UCIRI fueron asesinados, y no pocos llevados a la cárcel. Pero su energía se impuso y ahora, como eje de Comercio Justo, han evolucionado hasta formar parte de Agromercados, S.A., su propia empresa comercializadora, con otras muchas comunidades en Oaxaca y fuera del estado.

La cadena se completó con la organización del mecanismo para llegar a los consumidores, primero en Holanda y después en 13 países de Europa así como Canadá, Estados Unidos y Japón. Hacia 1985 ya funcionaban en algunos de esos países las Tiendas del mundo, que vendían café limpio, cultivado conforme a normas de respeto ambiental. Pero se trataba de un comercio marginal, librado sólo a la buena voluntad de la clientela, y que no reparaba en las condiciones de la producción. Entonces el padre VanderHoff encontró en Solidaridad, en la persona de Nico Roozen, el medio para mejorar los términos del intercambio. Solidaridad es una fundación intereclesial de apoyo a los países pobres, urgida de proyectos que no prorrogarán las necesidades sino que las eliminarán. La idea rectora la había expresado Isaías Martínez, que ahora preside Agromercados. Primero dijo: “Nosotros no queremos dinero regalado, no somos mendigos. Si ustedes pagaran un precio justo por nuestro café, podríamos vivir sin más apoyo”. Pero luego él mismo comprendió que no todo se reducía al precio: el comercio alternativo, aunque pagaba mejor, era marginal e insuficiente. Si a través de esa práctica se comercializa sólo una parte de las cosechas, el efecto es mínimo. Era preciso añadir a la justeza del precio la posibilidad de manejar volúmenes crecientes. Así surgió en Holanda la marca Max Havelaar. El nombre provino de la literatura popular, de una novela cuyo protagonista defiende los derechos de los nativos de las Indias Orientales, colonizadas por holandeses. Compran el café con esa marca los consumidores que están dispuestos a pagar un sobreprecio por un café orgánico, de alta calidad, producido por comunidades rurales organizadas democráticamente y comprometidas a respetar a la naturaleza. La marca ha tenido gran éxito. En Holanda, Suiza e Inglaterra (en este último país con la marca Cafedirect) sus ventas significan ya el 4 por ciento del mercado, porque compite en el comercio regular con otras marcas. Eso permite que los precios a los productores sean mucho más altos que antaño: el año pasado el precio promedio del quintal (cien libras) de café verde, en el mercado mundial fue de 51 dólares, mientras que para los participantes de Comercio Justo llegó hasta 141 dólares, pues al precio de garantía asegurado por sus previsiones, de 121 dólares, se agregan 20 más que los consumidores pagan como premio social y la certificación orgánica.

Ya no sólo café, sino también plátanos (con la marca Oké), miel, té, cacao, azúcar, jugo de naranja, nueces se consumen en Europa en el marco del Comercio Justo. En México esa práctica se halla en claro proceso de expansión, todo lo cual puede saberse leyendo el libro de Roozen y VanderHoff “La aventura del comercio justo” o consultando la página www.comerciojusto.com.mx o escribiendo a comjustomex@laneta.apc.org, y agromercadosmx@lycos.com

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