Un pequeño grupo intolerante acalló el domingo, en la benemérita Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, a los participantes en un foro organizado por la revista Letras Libres. Con pleno derecho a juzgar lo que ocurre en Cuba desde su perspectiva, Roger Bartra, Christopher Domínguez Michael, Rafael Rojas y José Manuel Prieto, sufrieron el embate irracional de una turba que los hostigó desde el comienzo de su mesa redonda, luego los interrumpió e insultó, y aun impidió por minutos la salida de los ponentes.
Todo eso es inadmisible, y debe ser denunciado, sobre todo porque la cavernaria conducta de los agresores ocurrió en nombre de la solidaridad con Cuba, una incongruencia sin excusa. La cultura de ese país ocupa el centro de la Feria este año, porque Cintio Vitier, el venerable polígrafo isleño recibió el premio Juan Rulfo, y porque Alicia Alonso, la de los pies alados, recibe esta noche el doctorado honoris causa de la Universidad de Guadalajara, que desde hace 16 años hace posible la feria librera más importante de México y de todo nuestro subcontinente. La solidaridad con Cuba no puede practicarse desde la intolerancia, desde la falta de respeto, precisamente porque la sociedad cubana es víctima hace cuarenta años de esas armas de la arbitrariedad política, esgrimidas por el gobierno de Estados Unidos y convertidas en un infame bloqueo contra el cual, en forma creciente, se manifiesta la comunidad internacional, México incluido, en la asamblea general de la ONU.
Minutos antes del asalto al acto de Letras libres, Silvio Rodríguez había instado a sus miles de oyentes, jóvenes sobre todo que acudieron a oírlo, a “actuar con valentía pero también con inteligencia”. Si los impugnadores de la revista dirigida por Enrique Krauze estaban entre aquella multitud, desoyeron el sabio consejo del autor de Unicornio. Quienes irrumpieron en el acto crítico hacia el régimen de Cuba actuaron con tal falta de inteligencia, con tal sobra de dogmatismo cerril que cabría especular si se trató de una provocación, destinada a desvirtuar los varios sentidos de la feria en sí misma y de esta edición en particular.
El acontecimiento que reúne en la capital de Jalisco a cada vez mayor número de personas en torno al libro es, de suyo, una fiesta de la diversidad y de la creatividad. El vasto, inmenso mosaico de la palabra impresa sólo es posible por la libertad y la inteligencia. En ese marco resulta brutalmente chocante imponer silencio a expresiones inteligentes y libres. De contar con las suyas propias, los provocadores hubieran debido contrastar sus ideas con las expuestas por Bartra, Domínguez, Prieto y Rojas, todos ellos honestos, respetables críticos y creadores. Pero notoriamente su estolidez les habría impedido balbucear siquiera.
Como otros antes, este año Cuba es el país invitado a la FIL. Y debido a las fricciones entre los gobiernos de Fox y Castro, la presencia isleña adquirió un intenso sentido político y de solidaridad humana. Los discursos inaugurales fueron todos, incluidos los de Sari Bermúdez y Ricardo Alarcón, que representaron a los gobiernos antagonizados, prenda de buena voluntad, no carantoñas hipócritas sino reconocimiento de la profundidad y anchura de los vínculos que unen a cubanos y mexicanos en general. Cintio Vitier agradeció a Juan Rulfo “el reino invisible de Comala, por convertir la muerte en palabra viva para nosotros y por su profundo reclamo de justicia universal”.
Fueron invitados escritores cubanos residentes en la isla o fuera de ella. Algunos rehusaron de modo militante y crítico asistir e hicieron de su negativa una denuncia de la dictadura. Otros que no son acólitos de la Revolución, pero buscan comprenderla y desean contribuir al tránsito hacia las formas democráticas ausentes en la isla, resolvieron estar presentes.
Hay una contradicción sórdida, peligrosa, en quienes se ufanan de libertarios e imponen silencio a quienes no piensan como ellos y, para sentirse de algún modo legitimados mienten y calumnian, ni siquiera con imaginación. En repetición chata de lemas vacuos, como los que hablaban del oro del Kremlin, se lanzó sobre el foro de Letras libres la acusación de recibir talegas norteamericanas.
En inclinación semejante, tanto más riesgosa puesto que no sólo se insulta sino que se descalifica a quien vive en peligro mortal, el subcomandante Marcos llamó fascista al juez español Baltasar Garzón. El prolongado silencio del dirigente guerrillero, en que se sumergió tras la injusta e ineficaz reforma constitucional en materia indígena, ha sido roto en dos ocasiones, no para replantear la actuación del EZLN en la lucha por las reivindicaciones indígenas sino para asuntos varios. En una carta conocida la semana pasada asegura que el juez Baltasar Garzón “demuestra su verdadera vocación fascista al negarle al pueblo vasco el derecho de luchar políticamente por una causa que es legítima”.
A diferencia de la lucidez con que exhibió la opresión sufrida por los pueblos indígenas en México y resolvió luchar contra ella, el subcomandante Marcos se equivocó de medio a medio al mofarse de modo pueril de quien, en su genuina vocación antifascista espera llevar a juicio al represor argentino Ricardo Miguel Cavallo y colocó en el banquillo de los acusados a Pinochet. Quien tuvo arrestos para embatir contra el terrorismo de estado de las GAL debe juzgar con la misma vara al terrorismo de ETA, grupo al que no debe confundirse con el nacionalismo vasco.