Después de diluida la amenaza de una huelga petrolera, los dirigentes sindicales en esa industria emprendieron una campaña tendiente a su relegitimación, al control de los daños provocados por el fingimiento de fuerza que se evidenció como fragilidad. Han dicho que realizaron asambleas extraordinarias en las 36 secciones que integran el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. El propósito de las reuniones era doble: dar cuenta de la negociación salarial, por un lado, y ratificar el liderazgo de Carlos Romero Deschamps.
El objetivo de informar era extemporáneo y contrastó con el silencio y la desconexión con las bases que hasta antes del arreglo caracterizó a la cúpula sindical: tan falso era su propósito de llegar a la huelga, que ni siquiera echó a andar los dispositivos técnicos y sindicales indicados. No reunió entonces a las secciones para valorar la oferta patronal y menos para admitirla o rechazarla por votación. Le bastó que el sábado 28 y el domingo 29 los secretarios seccionales estuvieran al tanto de la negociación. Sólo cuando hizo falta cerrar filas, o mostrar que las cerraban en torno de Romero Deschamps, resolvieron reunir a los trabajadores.
Al hacer un balance de esas asambleas, los dirigentes petroleros lo hacen también de la negociación salarial en la que, dicen, se alcanzó “una mejoría significativa en la propuesta de la empresa”. Todo el mundo sabe que no fue así. En rigor estricto, la parte patronal se mantuvo en su oferta original, expresada a mediados de junio, de 5.5 por ciento de incremento directo al salario. No se movió de allí un milímetro. En cambio el sindicato porfió en demandar casi tres veces más: 15 por ciento, y quedó chasqueado, pues no obtuvo ni un punto adicional en la cuota salarial, y sólo 1.8 de aumento en las prestaciones. Esa y ninguna otra fue la ventaja neta obtenida en las negociaciones, después de un periodo ordinario de pláticas conciliatorias, de una ampliación del periodo de negociación y de una aparatosa amenaza de huelga. No es mucho para tanto despliegue.
Tampoco es para ufanarse el apoyo presunto a Romero Deschamps. Un análisis superficial de las cifras ofrecidas por el sindicato muestra la enorme popularidad del dirigente petrolero. Pero los números fueron forzados a tal extremo, que producen el mismo efecto que en la época del fraude electoral más crudo generaban las casillas llamadas zapato, aquéllas en todos los inscritos en el padrón acudían a las urnas y se inclinaban por la misma candidatura. Tales unanimidades eran inverosímiles y pronto aprendimos a saber que eran falsificadas, que nunca en la realidad se producen tan extremas coincidencias.
Así ocurrió en el recuento de los votos de apoyo a Romero Deschamps. En 29 de las 36 secciones, incluidas la 34 y la 35, donde conocen bien al dirigente nacional, no se registró ni un solo voto en contra de su permanencia al frente del sindicato. El dato es increíble porque se tiene noticia cierta, mostrada en las actas de las elecciones seccionales del año pasado, de la difusa presencia de la oposición, que obturados otros canales de expresión, hubiera encontrado idónea esta oportunidad para manifestarse. Por añadidura, en las siete secciones donde se registraron votos opositores, su número es ridículo: seis en Ciudad Pemex, Tab., y otros tantos en Las Choapas, Ver. Ocho en Cerro Azul, Ver.; 12 en Salamanca, 15 en Aguadulce, Ver., 20 en San Martín Texmelucan y hasta 35, una verdadera multitud de creer en estos guarismos, en Poza Rica de Hidalgo, Ver.
Si la autoestima de los dirigentes petroleros se acrecienta con la publicación de esos datos, ostensiblemente trucados, allá ellos, pues han caído en una espiral de autoengaños que les hacer perder noción de la realidad. Sólo colocados en esa posición se puede entender que proclamen su agradecimiento “a los gobernadores, senadores, diputados, presidentes municipales, dirigentes de los diferentes sectores del Partido Revolucionario Institucional, principalmente a su comité ejecutivo nacional, por el respaldo moral y jurídico” que les prestaron. Si eso no es sarcasmo, sorna amarga, no sé qué lo sea, pues fue manifiesto el abandono en que dejaron a los petroleros las personas y sectores a los que se refieren agradecidos. La amenaza de huelga planteada por los dirigentes sindicales les valió el repudio generalizado, por lo que suena a mofa su afirmación de que esa coyuntura “permitió confirmar la solidaridad popular en torno al sindicato petrolero, a sus causas y a sus legítimas aspiraciones”.
Ante semejantes adulteraciones de la realidad no puedo sino recordar la vieja lección periodística que subrayaba el subjetivismo del narrador de una pelea de box que, impelido por un nacionalismo absurdo, relataba con entusiasmo el momento en que “nuestro campeón hunde furiosamente su nariz en el puño del adversario”.
Aun antes de que un juez de amparo desechara la demanda de Romero Deschamps para frustrar en su origen el intento de desaforarlo, era claro que la dirección nacional del sindicato petrolero había llegado si no a la hora de la mudanza, por lo menos a una recomposición. Tal como ocurrió en enero de 1989 ante la defenestración de Joaquín Hernández Galicia y el liderazgo formal asociado, cuando los mandos que seguían en la escala jerárquica a los caídos en desgracia, en vez de lanzarse a su defensa se dispusieron a sustituirlos, no tardaremos en conocer a los dirigentes que se avienen al relevo.